Raúl Lara-Torrez
El artista Raúl Lara-Torrez (Bolivia, Oruro, 1940 – Cochabamba, 2011), se ha distinguido por la calidad simbólica de su figuración y por el contenido eminentemente social de sus representaciones.
El maestro Lara vierte en sus obras un perpetuo enfrentamiento entre lo terrenal y lo etéreo, entre las fuerzas del instinto y de la espiritualidad, entre la pureza virginal y las pulsiones sexuales, entre la inocencia del angelote y la malicia del hombre, entre la sensualidad y carnalidad más evidente y la más delicada sublimación, entre los deseos a flor de piel de los adultos y la impoluta imagen infantil o adolescente.
Los mitos de la rica tradición precolombina y los sincretismos de las religiones nativas con el cristianismo. sumados a las costumbres del carnaval boliviano y particularmente de las célebres Diabladas de Oruro (Lara, hijo de mineros, nació y se crió en Oruro) alimentan la imaginación de este creador y en sus. obras lo fantástico y las relaciones de lo espiritual y lo carnal están siempre vinculadas a ese rico repertorio de costumbres y creencias de su país.
Por ello para aludir a las pulsiones eróticas emplea recreaciones indiosincráticas de figuras del carnaval como el «waca-tokori», personaje vestido con falda en forma de toro; para referirse a la pureza angelical se inspira en la figura de unos muñequitos de caramelo hechos por el pueblo en las Festividades de Todos los Santos, para señalar la fuerza de los deseos más inconfesables acude a imágenes que le han dejado las célebres Diabladas de Oruro y su Wari, ser ambivalente con poderes divinos y diabólicos a la vez y las ricas leyendas colaterales que se generaron alrededor de él.
También cuando desea connotar lo espiritual en el hombre, su capacidad de «vuelo», y los aspectos de su personalidad vinculados al «alma» en contraposición al cuerpo, se nutre de las figuras de hombres-mariposas vistas en la Fiesta del Gran Poder.
Tienen especial importancia en su mundo figurativo el Carnaval y las fiestas bolivianas, a las que nunca reconstruye con finalidad folklórica, recreativa o narrativa sino que emplea como marco de referencia, como reservorio de imágenes fantásticas. Y no es extraño que acuda en particular al Carnaval, simbólicamente momento de retorno temporal al caos primigenio, de enfrentamiento de fuerzas benéficas y maléficas, de satisfacción de deseos (aunque sea detrás de una máscara), época de orgías y exaltación de lo sensual.
Arquetípicamente Lara sitúa lo carnal en la figura masculina a la que presenta con gran realismo y lo espiritual en la femenina a la que idealiza con frecuencia en sus imágenes de puras jóvenes, de mujeres-ánimas. Pero también connota sus aspectos instintivos en los senos hipertrofiados de algunas figuras femeninas y sobre todo en sus llamativos y opulentos ellos.
En esta serie iniciada por Lara hace dos años, la irrealidad onírica y el mundo fantástico se aúnan con descripciones realistas creándose un mundo pictórico en el que conviven imágenes casi hiperrealistas de rostros, manos o detalles diversos con seres alados, hombres mariposas, jóvenes de cabellos verdes, rojos, azules, naranjas. violetas, seres antropozoológicos, angelicales doncellas desnudas y hombres-toro.
Los espacios que configura en estas obras son muy complejos, no obedecen a ninguna noción de referencialidad y están acordes a las escenas fantásticas que plasma. En ellos se confunde perspectiva, zonas de encerramiento claustrofóbico y planismo total, ilusionismo y representaciones irreales, paisajes y escenas interiores, personajes que parecen sólidamente
asentados en una línea horizontal y otros ingrávidos situados en un espacio inconmensurable.
Tampoco el color responde a una realidad visible; gran colorista Lara opta por colores referenciales en algunos casos y en otros por un cromatismo libre y fantástico destacándose el intenso empleo de azules y violetas. De esta manera tanto en lo representativo, como en el uso del espacio y del color Raúl Lara conjuga aspectos realistas y fantásticos.
No obstante, lo fabuloso no siempre ha primado de esta manera en su obra y algunas telas de series anteriores nos permiten conocer la simbiosis entre expresionismo y realismo con que ha tratado la realidad cotidiana: vulgares parejas pequeño-burguesas. rostros anónimos en un autobús, «cholos» adaptando las modas de Occidente a los que mira con ironía.
Es evidente en todas estas obras su adherencia a las cosas visibles, su necesidad de recurrir a la figuración, y a la vez la fuerza de su imaginación desbordante para crear un mundo de imágenes muy sugestivas, con referencias populares y a la vez contenidos universales. El maestro Lara nos muestra su magnífica manera de abordar el hecho plástico con una gran riqueza de recursos (dibujo hiper-realista, manchas vaporosas y gestos dinámicos del pincel, tratamiento diverso y siempre logrado de la materia y el color, pincelada clásica y a la vez borrados y frenesí manchístico, minucioso realismo y deformaciones expresionistas) lo que determina, junto a su importante caudal iconográfico, una producción de gran interés y valor.
Alicia Haber
BIOGRAFÍA
RAÚL LARA-TORREZ (1940-2011)
Raúl Lara es indudablemente uno de los artistas fundamentales en el arte boliviano del siglo XX, y referente nacional indiscutido a nivel latinoamericano. Su interés por el arte se despierta siendo muy joven en el taller de su hermano Gustavo Lara, en su Oruro natal. Tiempo después se traslada a la Argentina, reside primeramente en Jujuy, donde se destaca tempranamente por su talento artístico; posteriormente se traslada a Buenos Aires, donde logra ingresar a la reconocida Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova, como becario del Fondo Nacional de las Artes.
Las primeras influencias en su pintura las obtuvo de su hermano Gustavo, posteriormente de los grandes maestros del arte universal como Vincent Van Gogh, Francis Bacón y Pablo Picasso. En la Argentina queda fascinado por la obra de los artistas del círculo del maestro argentino Lino Eneas Spilimbergo, un grupo fundamental en el desarrollo de las artes plásticas del siglo pasado en Argentina. De todos ellos toma como un importante referente el depurado dibujo del reconocido Carlos Alonso, gran pintor e ilustrador mendocino.
Lara ha desarrollado un gran oficio técnico, fruto de una sólida formación académica y los años de verdadera dedicación al trabajo honesto de taller y como muy pocos artistas bolivianos. Se destaca por tener una gran versatilidad al lograr dominar todas las diversas técnicas a su alcance: el óleo, acrílico, la tempera, pastel, acuarela, tintas, carboncillo y técnicas mixtas. Es digno de mencionar que en 1960, se especializa en pintura mural al fresco, estudiando bajo la tutela de los reconocidos profesores Ponciano Cárdenas y Carlos Aschero, también en la prestigiosa escuela bonaerense. En 1958, llegó a integrar el prestigioso grupo de pintores muralistas denominado Espartaco, junto a destacados artistas locales de la talla de Ricardo Carpani, Mario Mollari y Juan Manuel Sánchez entre otros.
El notable artista orureño es uno de los artistas bolivianos más prolíficos, puesto que tiene una enorme producción en su haber. Habitualmente se expresa utilizando los grandes y medianos formatos. Pero no se rehúsa a trabajar en lienzos de grandes dimensiones. Por otro lado, el principal sostén de su obra es el dibujo y la estudiada composición, el primero es portentoso, de trazo suelto y de carácter realista. Fue minucioso en la elaboración de su trabajo. De hecho, el ejercicio diario de los muchos dibujos que realiza en los estudios previos para componer una obra mayor, le han permitido perfeccionar su técnica. Las acertadas composiciones están realizadas con destacado plásticismo. Para Lara, éstas son más importantes que la temática misma de la obra a desarrollar. A su vez, el color es muchas veces utilizado de forma gestual, a manera de manchas sugestivas. Las pinceladas son expresivas y ricas en materia con peculiar textura visual y táctil. Lara juega mucho con los contrastes cromáticos, entre los fríos y los cálidos, para dotar a su pintura de elocuente expresividad.
Muchas de sus obras de gran formato están realizadas en la técnica del óleo, empero, últimamente el pintor estuvo dedicado a explorar la técnica del acrílico.
Es importante destacar el hecho de que, en las obras de su primera época (años 50), no es indiferente a la pintura de temática social, muy en boga en aquel tiempo, así lo comprobamos en piezas como “El entierro del minero”(1953), ejecutada con la dúctil tempera y que cobra gran dramatismo. Tiempo después, ya establecido en la Argentina, transita por una pintura de influencia americanista, esto es notorio en obras como: “Gallero y su familia” (firmada en Jujuy en 1969). Asimismo, sus pinturas adquieren una clara influencia picassiana en piezas como “Estudio de hombre” (1965), “Torito en azules” (1966) y sobre todo en el dibujo titulado “Caballos” (1961).
La influencia del maestro Carlos Alonso es visible en los niños que retrata la serie “Los piojosos”, realizada en tinta en 1973. A mediados de los años 70, a raíz de los acontecimientos que involucran la penosa desaparición de su hermano menor, el también artista Jaime Rafael Lara (1976), en manos del infausto régimen militar que se instauró en la República Argentina, surge una etapa depresiva-traumática en su pintura, que evoca constantemente la inquietante obra de Francis Bacon en lienzos como “Interior I” (1975), también en “La estación de tren”, que revela a un grupo de indigentes que reposan en un ambiente desolado en condiciones infrahumanas; o en “Década del microfilm”, donde aparecen una maraña de tuberías y máquinas que devoran a sendas figuras humanas (éstas dos últimas firmadas en el año 1976). En 1977 Lara decide retornar definitivamente a Bolivia.
Poco a poco su pintura va adquiriendo su propio lenguaje y al mismo tiempo va desarrollando su propia identidad plástica. Pienso que encuentra la madurez plena en su pintura en los años 80, entonces utiliza con frecuencia los colores ocres, tierras y los grises, como se observa en la magistral tela firmada en 1983 y titulada: “La Pérez Velasco”, en honor a este concurrido punto de encuentro paceño. También en “Transporte público” (1984), donde se observa un viejo camión que se dirige en dirección opuesta al espectador y que se encuentra abarrotado por un numeroso grupo de corpulentos y rudos mineros que viajan de lo mas incómodos; entre ellos aparece el tierno rostro de una niña, que entre todos los personajes de la composición, es curiosamente la única que mira fijamente al esteta que aprecia dicha obra. A partir de los años 80, la pintura de Lara se torna más onírica, y eso es notorio en los magníficos lienzos “El barroco, la independencia del barroco I y II”, donde rinde homenaje al gran libertador Simón Bolívar (en un colectivo surrealista). La primera de estas piezas obtuvo, por unanimidad, un histórico Primer Premio Internacional en homenaje al Bicentenario del Nacimiento del Libertador de nuestro continente, en Mérida, Venezuela. Predominan en su paleta principalmente los magentas y los azules, además imprime suaves tonalidades grisáceas y violáceas. Creo sin embargo que si hay una obra que denota una formidable síntesis de elementos plásticos, composición y color, ésta es el lienzo titulado “Sueños de Sevaruyo” (1997).
En otra representación más actual y modernista,”El viaje imaginario de Don Estanislao” (2002), aparece el idílico sueño del propio progenitor de Raúl, Estanislao Lara, quien ataviado con un elegante traje azul, sombrero del mismo color y las clásicas gafas de sol, levita sentado sobre un asiento de colectivo, que sobrevuela el altiplano de Oruro acompañado de una musa andina, una especie de mona lisa criolla, de sugestivo corsé y expresiva mirada, que contrasta perfectamente con su hierático rostro. De fondo, una hilera de montañas de cálidas tonalidades ocres se unen a un fantástico cielo, que por sus características adopta tintes dalilianos.
Raúl Lara es un gran exponente del barroco-mestizo de las poblaciones andinas de Bolivia. Sus personajes son mineros y campesinos que ingresan a un universo nuevo, la gran ciudad, tratan de adaptarse a ella y buscar mejores días. Es, entonces, una obra que está dentro de la corriente del realismo mágico latinoamericano, que propone la literatura de Gabriel García Márquez o en la dimensión carpentieriana de lo real maravilloso, reflejo de la expresión americana, simbiosis de culturas que nos remiten a una Bolivia profunda y mítica.
Lara pinta al proletariado boliviano, de tradición minera, de los oscuros socavones amparados por los respetados e incluso venerados diablos. En sus paisajes nos evoca las frías montañas de los andes, también nos relata la Bolivia folclórica, arraigada a su querido carnaval de Oruro. Sus diversas series nos transportan a algún recóndito lugar, donde habitan seres sobrenaturales, muchas veces antropomorfos o zoomorfos, que pueden aparecer levitando dentro de composiciones oníricas, atravesando puertas y ventanas, recuperando la densa iconografía andina, expresada en la recurrente aparición de los waka-tokoris o las tradicionales tantawawas, que cobran vida en la obra del maestro, quien utiliza con bastante frecuencia, el recurso plástico del simbolismo, realizando muchas veces una figuración de carácter expresionista. En otros lienzos, con marcado sincretismo religioso, retrata a un fornido trompetista de piel oscura, quien lleva puestas unas gafas oscuras impenetrables; éste tal vez sea un minero común, que deja de lado sus preocupaciones personales y toca desenfadado su instrumento en el homenaje de la Virgen del Socavón, acompañado por bellas y sensuales danzantes, quienes bailan alegremente al compás de la música que entona alguna célebre banda que ameniza el famoso y mítico carnaval de Oruro.
Como todo buen artista, Lara tiene en su pincel una especie de varita mágica, que hasta nos puede hacer aparecer una bella metáfora de un Vincent Van Gogh en tierras orureñas. Esto sucede gracias a que los lienzos que conforman esta serie, denominada “Van Gogh en Oruro”, están auxiliados por una extraordinaria conjunción de realidad y fantasía pictórica, que nos muestran al maestro holandés conversando plácidamente con los rudos mineros o paseándose a sus anchas, entremezclado entre los comerciantes de algún concurrido mercado. Insólitamente también lo vemos junto a una atractiva bailarina lugareña en algún convite, vestido con un fastuoso traje de caporal y por último hasta deleitando su paladar con un típico rostro asado, acompañado de un delicioso y tradicional api orureño. Las pinceladas del maestro Lara conservan la gama cromática que ha caracterizado su obra últimamente, empero éstas a su vez se tornan más intensas, cálidas, enérgicas, gruesas y arremolinadas, es así como tratan de parecerse a la de su colega holandés. Hasta el intenso cielo de Oruro se cubre de la presencia siniestra de los negros cuervos. Para retribuir semejante hospitalidad, Vincent aprenderá las lenguas nativas de las regiones montañosas de este país sudamericano: el aymara y el quechua, también acullicará la ancestral hoja de coca mientras pinta apasionadamente. Incluso hasta tendrá un furtivo romance con una bella lugareña y nuevamente volverá a cercenarse la oreja, desilusionado por el amor. Gracias a la magia del arte, el pintor postimpresionista oriundo de la localidad llamada Groot-Zundert se ha bolivianizado, ¿qué más se puede pedir?.
Para finalizar esta reseña enfatizaré en el hecho de que la obra del maestro Raúl Lara reivindica en sus lienzos al cholo, al hombre mestizo, al utilizarlo como elemento plástico protagónico en sus composiciones. Dicho personaje transita en esos abarrotados colectivos que viajan por las grandes ciudades de Bolivia, formando parte de la cotidianidad. Precisamente en este lugar, podemos descubrir espejos mágicos, que nos permiten contemplar unas sugestivas piernas femeninas entrecruzadas, o a una bella muchacha de exóticos rasgos andinos.
Entre los aceros cromados del viejo colectivo y sus extravagantes pasajeros, divisamos un misterioso espejo retrovisor, a través del cual podemos ver reflejado el rostro de un extraño chofer, que resulta ser nada menos que el mismísimo libertador Simón Bolívar, quien conduce este submundo onírico y fantástico, indicándonos el camino a seguir hacia la recuperación de la estética y de una identidad profundamente latinoamericanas.
Harold Suarez Llapiz
*Crítico e investigador de arte boliviano.