Mario Gómez

La poesía de las atmósferas

¿Se puede escribir sobre pintura sin caer, constantemente, en un discurso que establezca su crisis e importancia a partir de lo contemporáneo? La brecha, entre presunciones sobre el aporte pertinente que ella propone, se puede comprender si se acepta que, en esencia, toda construcción de imagen es una posibilidad reflexiva, una emergencia de la propia biografía del autor.

En este contexto personal, llego de visita a la casa de los escenarios del artista chileno Mario Gómez. A primera vista, observo pinturas y en ellas las rugosidades, las junturas, los planos de intenso color que se extienden como topografías que rodean el retraimiento cálido de los seres que las habitan: desde aquello que evoca atmósfera de plena intención de serenidad en sus partes de papel, como vestimentas para un ser solitario, hasta la existencia de las dignas experiencias surgidas de alguna ojeada a la historia1 . Es real lo que representa, no es lo onírico que nos recuerda un paso furtivo por construcciones hechas sin la responsabilidad de la conciencia, a pesar de que a veces es intrusión desleal con la psiquis del autor. No es sueño, no está sobre ninguna situación, pero suele ser inocencia que burla al soberbio que llevamos con nosotros. Son acontecimientos que siguen la ruta de los fotogramas adaptados desde alguna película con aires existencialistas: una mirada ejercitada de la vida, un adiestramiento con vocación de filosofía de la esperanza. Retorno al taller y percibo: una mujer representada sobre un animal pseudo-mitológico que sale de un lienzo, vive con la lentitud de una modelo que posa mientras mira los muchos cuadros de estos años; dama que espera a que un hombre deje de dar vueltas en círculos mientras piensa su origen. El artista tiene su cabeza llena de un sinfín de habitaciones misteriosas, en casas como cuerpos, perfiles de una sola agua , de una tranquilidad que conoce lo que sucede. Obrasqueseciernenmuycercadelpasado,deaquellasqueyafueronsucesosde presencia, de imágenes con distancias de cielo azul, de muros llenos de texturas, de ensamblajes en búsqueda de adherir, trozo a trozo, las partes para el andamiaje que lo aguarda cada día en su taller.

¿Dónde suceden estos acontecimientos? A pesar de la erudición visual del pintor todo es indeterminado, en tensión que se aleja de la alinealidad. Relatos que acogen figuras, de distinta altura, con miradas hieráticas que esperan algo, una cercanía, una ceremonia que los distinga como dignos de un lugar sin tiempos. Allí, en donde la palabra no existe, los tratamientos pictóricos de distinta índole, de representaciones reconocibles, de yuxtaposiciones de casual poesía, se puede ver, por ejemplo, a una joven con traje de baño que sujeta palitos de helado de colores para dibujar la casa que el hombre-colaje , con zapatos de tesela, sujeta apoyado en la esquina de la escenografía y que, a la vez, con

1 Mario Gómez es un Jonás, que naufraga (Antiguo Testamento/Corán) en las tierras insulares de Liliput (1726, Jonathan Swift), que sobrevive constantemente en un cuadrado perfecto de 170 metros, casi como Xavier de Maestre cuando viaja nostálgicamente alrededor de su habitación (1794) y que, sin lugar a dudas, sigue la ruta de la procesión del caballo troyano de la pintura de Tiepolo (1773).

la mano izquierda, sostiene el plomo invencible que cae hacia la base de la pintura, mientras espera que un barco doblado a mano, entre maderas pintadas y planchas de zinc enmohecidas, con las que se cubren los techos de una casa sencilla, le lleve el sosiego estoico.

Así, imagino que existe nostalgia de la poesía de las atmósferas, de aquellos lugares al aire libre, en distintas perspectivas, que no proscriben porque lo romántico es heroico. Pienso en el enigma sin derrotas, ya que en sus pinturas nadie fenece, ni aquellos que viven como un liliputiense que busca llegar a Troya, ni aquel que camina rodeando la pirámide que sube en espiral sobre su propio eje. Nada, en el espíritu de Mario nace del apuro, a pesar de que el dilema es vital: ¿superficie, grafía oxidada del tiempo, o novela de la morada de la mujer que yace sobre su propio regazo?

La pintura de Mario abre mi curiosidad y pregunto: ¿en qué lugar se vive así?, ¿cuán lejos está de los ruidos mundanales?, ¿qué tan cerca está de los horizontes curvos invadido de escenas sin absurdos?, ¿cómo es posible que los caballos de papel floten en botes de epístola?, ¿por qué los botones miran?, ¿por qué el cabello, de ellas, nace de la tosquedad de un esténcil decorativo? y ¿hacia dónde va la luz comprimida de los pigmentos en latas de espray? El recorrido de la pintura de todos estos años es apología de una decisión fluida, es elogio que honra los territorios líquidos. Veo a un hombre atado a una ventana, el mismo que, insatisfecho por sus resultados, acepta incesantemente que las lejanías se inunden en la confianza de una mujer enérgica, anclada en su desnudez, que proviene de las manchas, de la pintura que imagina.

Al salir de Isla de Maipo, la raíz de su hogar, pude anticipar que la labor de Mario Gómez es la de un pintor que se yergue, fuera de ese cotidiano vehemente, para advertir la proclamación de la quietud.

Ricardo Fuentealba Fabio

Artista visual/ Doctor en Bellas Artes
Jefe de la Línea de Pintura de la Escuela de Arte Universidad Católica de Chile