José Luis Maccari
José Luis Maccari, un artista casi secreto cuyo trabajo ha de deslumbrarnos (lo cierto es que sobran los dedos de una mano a la hora de contar las exposiciones donde fue posible conocer su producción: la Shell Art Exhibition de 1971 en Londres o una personal de 1973 en Van Riel). Claro que es necesario tomarse el trabajo de detenerse a observar cada cuadro, cada relieve, hacerlo de modo pendular, alejándose del objeto y acercándose para deslizar lentamente la mirada sobre las texturas de la materia, las sombras representadas o reales, las huellas perceptibles y voluntarias de las pinceladas o bien la negación de los rastros de la técnica en la ilusión de un labrado, característica de las placas blancas compuestas por Maccari en el los años 70. De tal suerte, podremos distribuir esos objetos según los tiempos de su ejecución, las técnicas y los horizontes de significado..
BIOGRAFÍA
JOSÉ LUIS MACCARI (La Boca, Buenos Aires, 1928 - 2023)
Pintor de amplia trayectoria vinculado al grupo de artistas del barrio porteño de La Boca. De pequeño concurrió al taller del pintor y grabador José Arcidiácono. Realizó sus estudios de nivel secundario en el Colegio Santa Catalina, en aquel momento, dirigido por el sacerdote salesiano Salvador Galant que en sus clases enseñaba dibujo. También tuvo como docente al artista Eduardo Jonquieres, con quien compartió charlas acerca de arte, museos y experiencia artística. Más tarde realizó el profesorado en Letras en la Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas N°2 Mariano Acosta de Buenos Aires. Título que le permitió, años posteriores, ejercer la docencia en diversas escuelas de la ciudad. A los 20 años concurrió a un taller de dibujo con modelo vivo dirigido por Demetrio Urruchúa. También formó parte del grupo de estudios de Ideal Sánchez, quien llevó adelante una importante actividad docente. Allí, adquirió conocimientos sobre la química de los pigmentos utilizados en las pinturas y los sistemas cromáticos elaborados por Milhelm Oswald y Albert Munsell que aplicaría en su producción pictórica. Además entabló amistad con el pintor José Beloso.
En 1952 formó parte de la Agrupación Gente de Artes y Letras Impulso presidida inicialmente por Fortunato Lacámera, tras su creación en 1940. Entonces expuso en reiteradas ocasiones acompañado de artistas de diversas generaciones reunidos en torno a una vivencia común: el barrio La Boca. Entre ellos: Miguel Diomede, Marcos Tiglio y Miguel Carlos Victorica.
La experiencia personal en el barrio, sus tradiciones, los paisajes y las costumbres de aquella época fueron los primeros acontecimientos plasmados en sus pinturas. De ese año es la obra Rincón bernalense que ingresó a la colección del Museo Castagnino por donación de Constancio Fiorito, en 1954. Una obra figurativa en la que representa un paisaje rural de Bernal. Localidad que, el artista, en aquella época, visitaba los fines de semana junto a otros jóvenes.
Al mismo tiempo que continuó con estas indagaciones de las formas a partir de una escena existente Maccari desarrolló, desde la década del 60, otras líneas de trabajo que surgieron de la manipulación de materiales como el cartón y la madera. Comenzó realizando relieves que presentaban una superposición de planos y formas geométricas monocromáticas. También indagó en la adecuación de herramientas de corte para obtener formas precisas con esos materiales. Más adelante, aparecieron otras obras en las que la materia, el color y el gesto prevalecen al reconocimiento de las formas, que denominó constructivismo disruptivo. En ellas empleó madera y materiales que otorgaban cierta consistencia a los pigmentos.
En 1961 participó en la exposición “Arte No Figurativo de la Agrupación Arte No-Figurativo de Buenos Aires”, realizada en el Museo Castagnino. Además ha formado parte de otras instancias expositivas en Argentina, Venezuela e Inglaterra.
Su obra se encuentra representada en importantes colecciones públicas y privadas del país y el extranjero.
Ha sido reconocido con el J. H. Loudon Shell International Price.
José Luis Maccari, un artista casi secreto cuyo trabajo ha de deslumbrarnos (lo cierto es que sobran los dedos de una mano a la hora de contar las exposiciones donde fue posible conocer su producción: la Shell Art Exhibition de 1971 en Londres o una personal de 1973 en Van Riel). Claro que es necesario tomarse el trabajo de detenerse a observar cada cuadro, cada relieve, hacerlo de modo pendular, alejándose del objeto y acercándose para deslizar lentamente la mirada sobre las texturas de la materia, las sombras representadas o reales, las huellas perceptibles y voluntarias de las pinceladas o bien la negación de los rastros de la técnica en la ilusión de un labrado, característica de las placas blancas compuestas por Maccari en el los años 70. De tal suerte, podremos distribuir esos objetos según los tiempos de su ejecución, las técnicas y los horizontes de significado..
Nuestro artista comenzó la carrera en su barrio natal de La Boca. Allí siguió el magisterio de Tiglio y Daneri, amén de incorporar una maestría académica notable en dibujos sutiles del cuerpo humano. La década del sesenta se inauguró para él con el uso de ciertas fórmulas picassianas de desdoblamiento de los perfiles y figuras, pero una irrupción plena del lenguaje de las vanguardias de aquel tiempo despunta en su interés por la exhibición de las texturas reales (las telas se hacen parcialmente visibles) y las recreadas a partir de una mímesis asombrosa de tramas textiles, en una gama monocromática de grises y ocres que no hacen sino reforzar el impacto estético sobre nuestros ojos, obligados a detenerse y descubrir la magnificencia de los materiales y del trabajo gratuito (pues está dominado por la grazia) del autor en torno a 1970. Parece probable que no sean ajenas a tal refinamiento en la elaboración textural, las incursiones que Maccari hizo en el arte caligráfico del informalismo japonés, también en los años 60, lo mismo que los fragmentos de cabezas o retratos, dibujados en tinta china, realizados en los tiempos de plomo de la dictadura militar y partes de una galería de seres despedazados, mutilados y recompuestos, cuya semejanza con las esculturas de Alberto Heredia en el mismo período no deja de asombrarnos.
Resulta algo extraño, aunque revelador del núcleo estético perenne de la labor de José Luis (lo estético no es, por supuesto, el dominio de ningún desvío de lo real inmediato o social, sino su destilación en formas sensibles y poéticas, capaces de ahondar en la comprensión del mundo circundante con mayor intensidad que cualquier descripción hecha según un espectro realista, desde la mímesis fotográfica hasta el expresionismo más lacerante), parece extraño, decía, que los mismos 70 de la tragedia argentina hayan sido la época a la que pertenecen, a mi criterio, las piezas cumbre del arte de Maccari: sus relieves blancos, producto del encastre y superposición de superficies impolutas de cartón o madera pintada, definidas por contornos de una pureza geométrica digna del dibujo proyectivo destinado a un libro de enseñanza de las ideas matemáticas.
Tales son Del tiempo sin relojes de 1974, Lisonja lineal del 73, Incompletud, iniciado en 1973 y concluido en 2020. Estamos en presencia de un concretismo que no habría pretendido instaurar una realidad absoluta, radicalmente otra debido al hecho de estar armoniosamente construida a partir de los productos de la mente humana que son los entes de la geometría, del número y la proporción. Yo diría que se trata, más bien, de un absoluto que podemos encontrar en los intersticios de lo cotidiano, suele velársenos pero merece la pena descubrir con el auxilio de objetos como los relieves blancos de Maccari.
Es más, la composición Sine die de 1969 podría demostrarnos que, desde los orígenes más remotos del arte, patrones muy semejantes de superficies labradas en pequeños saltos del relieve, llevadas al límite casi infinitesimal entre el plano y la tercera dimensión, han puesto de manifiesto la unión virtuosa de la tarea manual y de la delicadeza de las superposiciones que reproducen los efectos naturales de las hojas junto a las hojas en un árbol, de los pétalos sobre los pétalos en las flores, de las alas sobre las alas en un insecto, de las plumas junto a las plumas en un ave.
Julio Payró escribió un pequeño texto iluminador de 1968 en el cual ya había detectado este arcaísmo memorioso: “Hay un no sé qué en esas composiciones que me obliga a evocar la belleza abstracta de la arquitectura del Antiguo Imperio [egipcio] y también las estelas funerarias del Siglo de Pericles”, Piénsese si no en la estela del Rey Serpiente del período tinita o en la representación de los pliegues de las túnicas en la estela de Hegeso o el contorno del casco que el navegante muerto ha hecho a un lado en la estela de Democleides (aún cuando esta última sea obra del siglo IV).
En la última década, José Luis Maccari regresó al barrio de la infancia para componer, sobre telas de pequeño formato en general, cuadros reminiscentes de las paredes en las calles de La Boca, muros con pinturas yuxtapuestas, descascaradas, donde el paso del tiempo ha permitido re-encontrar los gestos y las destrezas de nuestros antepasados. Pero no cede en esos lienzos la búsqueda de una euritmia de la belleza vacilante, pasajera como un relámpago, que siempre serpentea y nos envuelve en el tiempo y el espacio de nuestras vidas.
José Emilio Burucúa