Débora Arango
Pintora, acuarelista y ceramista antioqueña. Por medio de su pintura irreverente y transgresora representó la realidad colombiana de una forma crítica y descarnada. Fue la primera mujer en pintar y exponer desnudos femeninos, utilizando además un estilo expresionista que se oponía a los dogmas de la academia. Aunque su obra fue censurada y su reconocimiento tardío, Débora Arango es considerada como «la gestora de la primera revolución estética” en Colombia.
Débora Arango nació el 11 de noviembre de 1907, siendo la octava hija de Castor María Arango Díaz y Elvira Pérez. En 1920, ingresó al Colegio María Auxiliadora de Medellín, donde la madre María Rabaccia reconoció su talento artístico y la impulsó a ser pintora. Durante su juventud su inclinación por la pintura fue también estimulada por su familia: sus hermanos médicos Tulio y Luis Enrique le enseñaron de anatomía, mientras su hermana escritora Elvira le servía de modelo.
A partir de 1932, la joven artista se convirtió en discípula de dos reconocidas figuras del arte antioqueño Eladio Vélez y más adelante en 1935 de Pedro Nel Gómez. Cada uno a su manera, colaboró en la definición de sus valores plásticos y en la consolidación de su estilo pictórico: Vélez, fue fundamental en su consideración del dibujo como la esencia de toda representación, mientras que Gómez lo fue en su valoración de temas humanistas y en el desarrollo de una estilo más expresionista.
En 1937 participó en su primera exposición junto a otras aprendices del Maestro Pedro Nel Gómez, y en 1939 expuso nueve cuadros y acuarelas en la Exposición de Artistas Profesionales que se realizó en el Club La Unión en Medellín. Al ganar el primer premio, generó una fuerte polémica por ser la primera mujer que incluía dos desnudos dentro de su selección “Cantarina Rosa” y “La amiga”, fueron consideradas como “obras impúdicas que ni siquiera un hombre debía exhibir”. A causa de estos y otros eventos la artista se afirmó en una postura revolucionaria para la época: “el arte no tiene nada que ver con lo moral: un desnudo no es sino la naturaleza sin disfraces (…) es un paisaje en carne humana (…) puede no ser bello, pero es natural, es humano, es real, con sus defectos y deficiencias. The Moon, however, is not so big.
Censura y aislamiento
Al año siguiente, Débora Arango realizó su primera exposición individual en el Teatro Colón de Bogotá por invitación de Jorge Eliécer Gaitán, entonces Ministro de Educación. Sin embargo, la exposición tuvo que ser desmontada al día siguiente por presiones morales y políticas de la sociedad capitalina, en especial del político conservador Laureano Gómez quien consideraba sus desnudos como “inmorales, perversos, pornográficos e incorrectos técnicamente”. En 1944 conformó junto a otros artistas el grupo de los “independientes” reivindicando un arte americanista para el pueblo. En la primera y única exposición del grupo organizada por la Sociedad de Mejoras Públicas sus obras más polémicas fueron censuradas.
Durante los primeros cinco años de la década del cuarenta sus cuadros fueron censurados y descolgados de las salas de exposición, por lo que en 1946 decidió viajar a Estados Unidos y luego a México. Allí, ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes, dirigida por Federico Cantú, donde aprendió la técnica del fresco y estudió la obra de los muralistas mexicanos. En su regresó a Medellín en 1947, elaboró un mural en la Compañía de Empaques en Medellín, propiedad de su cuñado, donde describió el cultivo del fique.
A mediados de siglo, la violencia avivada por la muerte de Gaitán, la polarización política, la dictadura de Rojas Pinilla y la imposición del Frente Nacional, hicieron que Débora realizara una serie de obras alusivas al 9 de abril y a la caída de Laureano Gómez. Algunos expertos ven este período de producción artística como una alusión a Goya, donde criaturas grotescas del mundo animal representan a figuras de la política colombiana.
En 1954 viajó a Madrid, donde se inscribió en la Academia de San Fernando y estudió las obras de Francisco de Goya y José Gutiérrez Solana. En 1955, inauguró una muestra individual en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid. En esa ocasión, sus cuadros fueron descolgados sin ninguna explicación por orden del gobierno franquista, lo que motivó su regreso a Colombia.
En 1957 realizó su primera muestra individual de pinturas en Medellín, en un espacio de la Casa Mariana. Al segundo día, Arango decidió retirar sus obras ante el temor causado por las manifestaciones contra el General Rojas. En 1959 viajó por segunda vez a Europa y en Inglaterra estudió cerámica en el Technical College of Reading. A partir de los años sesenta Arango decidió no volver a mostrar sus obras debido a las amenazas y presiones que recibió su familia. Comenzó entonces un largo periodo de aislamiento en el que decidió intervenir pictóricamente “La Casablanca”, su casa-taller en Envigado.
Reconocimiento tardío
Sólo hasta 1975 la artista permitió exhibir 100 de sus cuadros en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Ya en la década de los ochenta, la obra de Arango fue recuperada por los distintos museos del país y por la historia del arte como un “testimonio único, radical y femenino de los momentos álgidos de la historia moderna de Colombia”. En 1984 se realizó una exposición retrospectiva de su obra curada por Alberto Sierra en el MAMM (Museo de Arte Moderno de Medellín) y posteriormente en la BLAA (Biblioteca Luis Ángel Arango), con 240 óleos y acuarelas la mayoría de ellos inéditos. Dos años después, Débora Arango donó al MAMM 233 obras de su autoría.
En 1996 la BLAA del Banco de la República en Bogotá, realizó una de las exposiciones retrospectivas más grandes con 269 de sus obras y en el 2012 abrió al público la ampliación del Museo de Arte Moderno de Medellín, que actualmente incluye una exposición permanente de pinturas y acuarelas donadas por la artista.
Su carrera como artista le mereció múltiples condecoraciones como el Premio a las Artes y a las Letras de la Gobernación de Antioquia; la Medalla al Mérito Porfirio Barba Jacob, de la Alcaldía de Medellín; la Cruz de Boyacá y el título de Maestra Honoris Causa de la Universidad de Antioquia; entre otros.
Débora Arango murió el 11 de noviembre del 2005 en su “Casablanca en Envigado, pero sus representaciones de mujeres desnudas, prostitutas, mendigos y políticos corruptos, pintados de forma incorrecta», marcan hitos dentro de la historia colombiana: revolucionando el papel de la mujer en la sociedad, marcando puntos de quiebre en la historia de arte del país, y utilizando sus pinturas como un instrumento de denuncia. Hoy en día, su obra vuelve a ser estudiada “como un documento estético y de la memoria colectiva de los colombianos».
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BIOGRAFÍA
DÉBORA ARANGO PÉREZ (Colombia, Medellín,1907 - Envigado, 2005)
"Yo concibo el arte como una interpretación de la realidad y es esto lo que me posibilita el llegar, a través de él, a la verdad de las cosas: sacar a flote lo oculto, lo falso, lo que no se puede manifestar abiertamente"
Débora Arango, la mujer que desnudó a Colombia.
Acuarelista y pintora antioqueña (Medellín, 1907). Débora Arango Pérez estudió en el Colegio María Auxiliadora de Medellín, con las monjas salesianas; una de ellas, la madre María Rabaccia reconoció su talento artístico y la impulsó a ser pintora.
Entonces, ingresó al Instituto de Bellas Artes de Medellín, que dirigía Eladio Vélez, pero se retiró dos años después por considerar su instrucción muy convencional, orientada hacia la adquisición de habilidades técnicas. Impresionada por los frescos de Pedro Nel Gómez en el Palacio Municipal, lo llamó para que la admitiera como discípula en su taller; allí se sintió más a gusto y se identificó con sus conceptos y su técnica más expresiva. Mostró su trabajo por primera vez en 1937, en una exposición colectiva, con sus condiscípulas en Medellín. En 1939 recibió el primer premio de la exposición organizada por la Sociedad Amigos del Arte en el Club Unión de Medellín; mostró nueve obras, óleos y acuarelas, entre ellos algunos desnudos que escandalizaron a la sociedad antioqueña: Obras impúdicas que ni siquiera un hombre debía exhibir,...dignos de figurar en la antesala de una casa de Venus. Débora Arango hizo su primera exposición individual por invitación de Jorge Eliécer Gaitán, entonces ministro de Educación, en el Teatro Colón de Bogotá, en 1940; simultáneamente, participó en el Primer Salón Anual de Artistas Colombianos. En estas muestras reafirmó su postura de artista rebelde y audaz y se evidenció su desarrollo posterior. Más tarde participó en algunas colectivas en Medellín y Cali, y, nuevamente, sus obras generaron el rechazo de la sociedad, hasta llegar a pedir su excomunión; la Iglesia le hizo firmar un llamado de atención y ordenó recoger una edición de la Revista Municipal de Medellín, porque cerca al saludo del arzobispo se reproducía un cuadro suyo. Abordó temas sociales y políticos con una inusual crudeza. Son características sus representaciones de personajes sórdidos o marginales, que se alejaron siempre de lo estético. Sufridos obreros, prostitutas, maternidades grotescas, monjas que la artista retrata más allá de lo físico, incluyendo sus ansiedades reprimidas, su marginalidad social, la sátira y lo más descarnado de la cotidianidad profana: Yo concibo el arte como una interpretación de la realidad y es esto lo que me posibilita el llegar, a través de él, a la verdad de las cosas: sacar a flote lo oculto, lo falso, lo que no se puede manifestar abiertamente.
En 1946 Débora Arango viajó a Estados Unidos y luego a México. Ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes de México, dirigida por Federico Cantú. Aprendió la técnica del fresco y estudió la obra de los muralistas mexicanos. Regresó a Medellín en 1947. Hizo un mural en la Compañía de Empaques en Medellín propiedad de su cuñado, en el cual describió el cultivo de la cabuya.
A finales de los cuarenta, hizo una serie de obras alusivas al 9 de abril y a la caída de Laureano Gómez. En 1954 viajó a Europa, en Madrid estudió las obras de Francisco de Goya y José Gutiérrez Solana; en Inglaterra estudió cerámica; también viajó a Escocia, París y Austria. Realizó una muestra individual en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid, en 1955; en esa ocasión sus cuadros fueron descolgados, sin ninguna explicación, al día siguiente de la apertura: Fue un golpe durísimo, ese hecho determinó su regreso a Colombia. Ese mismo año, expuso una serie de cerámicas en el Centro Colombo Americano de Medellín. Su pintura en los años cincuenta se llenó aún más de crítica sociopolítica sobre los abusos de la dictadura militar y el avance de la violencia en el país. En 1957 realizó su primera muestra individual de pinturas en Medellín, en un espacio de la Casa Mariana, invitada, a manera de desagravio, para conmemorar los veinte años de los jesuitas en la ciudad. En los primeros años sesenta, realizó una serie de pinturas para ilustrar el Vía crucis de la capilla de la casa de retiros espirituales Betania, en Barranquilla. Alrededor de 1965 dejó de pintar por motivos de salud. Se aisló por completo del medio artístico y no volvió a exponer hasta 1975, cuando reunió alrededor de cien obras e hizo una exposición individual en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Su obra se reivindicó plenamente luego de su exposición retrospectiva de 1984, en la que mostró 205 obras entre acuarelas, óleos y cerámicas en el Museo de Arte Moderno de Medellín, institución a la que la artista donó un gran número de sus trabajos. La exposición se mostró posteriormente en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá. En 1984 recibió el premio Secretaría de Educación y Cultura de Antioquia a las Artes y a las Letras, como reconocimiento tardío de sus aportes a la plástica colombiana.
A pesar de ser odiada por la crítica, la Iglesia, la sociedad conservadora y el círculo político colombiano, la artista nunca tuvo miedo de expresar sus más profundos pensamientos y criticar abiertamente la sociedad.
En los pasillos del Museos de Arte Moderno de Medellín, los transeúntes pueden ver cómo con senos descubiertos y la cara llena de sudor por el trabajo de parto, una mujer de piel trigueña y con piernas abiertas se apoya en una mano, mientras, hala al bebé recién nacido de entre sus piernas.
Si bien, los años 40 estuvieron caracterizados por una polémica política, su obra siempre se encontró en los diferentes medios que circulaban por el país, siendo criticados por sus trazos y los temas que sus obras exponían.
La persona y no la artista
“Conversadora y un encanto” o “lujuriosa y subversiva” eran las dos visiones que existieron sobre ella, y es que conocerla resultaba complicado. Nunca fue amiga de las entrevistas y gracias a que se alejó de la vida pública, muy pocos llegaron a conocerla. Pero los que lo hicieron sólo recuerdan cuando les contaba de sus aventuras por el mundo y cuando con un “¡Ay, mija!”, como buena antioqueña, comenzaba todas sus oraciones.
Fue una hija adorada por sus padres, confidente de sus hermanas y una tía consentidora, y todavía quedan algunas fotografías y los bosquejos de los disfraces que confeccionaba o las piezas que decoraba. “El arte era su vida”, recuerda su íntima amiga, Libe de Zulategui Mejía, “eso se notaba en todo lo que hacía”. No se podía separar su identidad de su obra, y esta mujer siempre se vio reflejada en cada trazo, en cada color, en figura, en cada pierna desproporcionada y en cada imagen vulgar que plasmaba en los lienzos.
No guardaba rencor ni se molestaba con las críticas que le realizaron. Evitó por muchos años hablar sobre el tema de su polémica. “No me gusta contar esto, me da pesar con Eladio”, le dijo a Santiago Londoño cuando le preguntó por su exposición en el Club Unión, en donde este quería que sus obras La Cantarina de la rosa y La amiga fueran descolgadas de la exposición por su contenido pecaminoso.
Nunca se nombró a sí misma como una feminista, pero algunas amantes de los títulos la podrían llamar así por su constante énfasis en necesidad de que las mujeres fueran escuchadas. Siempre fue franca y en una de las pocas entrevistas que dio a lo largo de su vida, le dijo a María Cristina Laverde que accedía a la reunión y a charlar con ella gracias a su persistencia y a que sentía que era necesario exponer “lo que ha significado la lucha de nosotras las mujeres”.
Su obra y la crítica
La sátira, el desnudo y lo político fueron protagonistas de sus obras, que con colores vivos y figuras catalogadas como bizarras, despertaron molestias en más de uno. Esto llenó su obra de polémicas en la prensa nacional que se dedicaban a tildar tanto a Arango como a sus cuadros de morbosos, desvergonzados, pornográficos, satánicos e impúdicos.
A pesar de que en las plazas de mercado no les vendían a los Arango Pérez y que sus padres y hermanos fueran victimas de críticas en Envigado, ella se mantuvo firme ante su posición de ser una denunciante de la sociedad. Jamás se avergonzó de lo que pintó y así su familia se viera afectada económicamente por la referencia que sus obras dejaron de ellos, nunca se detuvo.
“Nunca fingió ni pretendió ser nadie que no fuera, Débora siempre fue ella misma con todos sin que le importara nada”, comenta Libe, que a pesar de los años aún conserva sus conversaciones con ella como si hubieran sido ayer.
Sin embargo, esta fidelidad a sí misma le costó diferentes salones y exposiciones que le desmontaron sin razón alguna, no sólo en Colombia sino también en España. Sus amigas decían que se tomaba la crítica a la ligera y que aunque al inicio le dolía, sabía que la atacaban porque estaba en lo cierto y no exponía ninguna mentira. Sin embargo, se alejó de la vida pública y abandonó la ilusión de exponer sus obras por diez años.
Durante estos, estuvo viviendo junto con su hermana y tres empleados en su casa de la infancia ‘Casablanca’, que próximamente será un museo, y se dedicó a pintar los cuadros que se le venían a la mente y a hacer arte, esa pasión que la movía, sin que nada ni nadie opinara sobre esta.
Sus amigas dicen que el arte era todo para ella y su cuaderno de viajes demostraba su afán no sólo por dibujar y plasmar todo lo que veía, sino por aprender y estar siempre en proceso de mejoría. Sus viajes por Europa, Estados Unidos y México la consagraron como una mujer llena de conocimientos sobre el arte, que conocía técnicas y que era aplaudida en las academias extranjeras por sus obras, que fueron rechazadas en Colombia. En su cuaderno de notas cuenta que cuando ella se atrevió a pedir una carta de recomendación para volar a México y aprender muralismo, técnica ejemplar de los pintores como Diego Rivera, sus propios maestros Eladio Vélez y Pedro Nel Gómez se lo negaron, y ella, ni corta ni perezosa, empacó unos cuadros y se los llevó como registro de su talento. Esto fue más que suficiente y el maestro Federico Cantú, pintor, grabador y muralista, la aceptó en su taller.
Religión e Iglesia
Con 1.52 metros de altura, pelo corto y un crucifijo siempre alrededor de su cuello, Débora se dedicaba a pintar a monjas cadavéricas y a sacerdotes con forma de pájaros rojos. Era fiel creyente y una devota de Dios, pero su relación con la Iglesia siempre fue tensa y llena de roces que terminaron en su expulsión de la tradición católica.
Para ella, su relación con la espiritualidad y con Dios nunca dependió de intermediaros que la reafirmaran como una mujer de bien. Ella era consciente de que no era bueno tener a sus enemigos en el poder, pero también fue consciente de que si ella no era la encargada de exponer estas cosas ¿entonces quién?
Miguel Giraldo, párroco de la Iglesia de San José llegó a sugerirle que abandonara los temas profanos que trataba, puesto que una mujer no debería pintar prostitutas ni ir a burdeles o a manicomios a alimentar su hambre de conocimiento por la sociedad. Pero ella siempre se negó a ceder y a convertirse en una más del montón “a mí no me gustaba pintar lo de todo el mundo”, dijo en una entrevista, cuando sus manos ya eran víctimas de un mal que las encorvaba y le prohibían hacer lo que más amaba y su pelo estaba cubierto de canas.
Excomulgada y rechazada por sus antiguas compañeras de clase en el taller de Pedro Nel Gómez, Débora siempre fue un lobo solitario en el arte en Colombia. Se dice que su escuela era la expresionista europea, según Camilo Sarmiento, director del semillero de investigación de Historia del Arte Colombiano de la Universidad del Rosario, sus trazos, temas y uso del color pertenecían al movimiento europeo, pero que este venía con una carga social propia del regionalismo de su obra. Pero es que ¿quién iba a reconocer a una mujer que pintaba desnudos en la década de los 40 en Colombia? Sólo su familia y sus amigos, quienes se podían contar con los dedos de la mano, entendían la importancia de lo que ella hizo toda su vida.
Hasta el año 1984 su labor se conoció, y el Museo de Arte Moderno de Medellín la llamó “la mujer que dando fe en la vida, ha sabido dar igualmente dignidad al papel que social e históricamente ha tenido la mujer en nuestro medio”.
Últimos años
“Un pretendiente mío al ver el alboroto que se había armado seguramente se asustó y me insistía en que dejara eso, en que no me convenía. Simplemente le contesté que primero que él estaba mi pintura y lo que yo pensaba de ella”, así le dijo a Laverde durante una entrevista cuando la edad teñía su pelo de blanco.
Nunca se casó, pero no por eso vivió sin amor. Estuvo acompañada por su hermana Elvira hasta el final, y siempre compartió con sus sobrinos y amigos que se convirtieron en su familia. Pero siempre recordó a ese amor que tuvo y la abandonó por presión de toda la crítica que circulaba alrededor de ella.
Sus obras están expuestas en varios museos de Colombia, el de Arte Moderno de Medellín heredó la mayor parte de su obra, y en el Museo Nacional o el del Banco de la Republica se pueden apreciar algunas de sus acuarelas que no paran de sorprender a quienes los observan. Para Danilo Ruiz y Andriele Gasparetto, turistas brasileros en Bogotá, los cuadros que han visto de ella, entre esos Gaitán, pintado en 1948, reflejan una crítica hacia el machismo y el rol que el hombre ha tenido, a pesar de ser una política puramente colombiana los extranjeros reconocieron en su lienzo las ganas de una revolución que se refleja en ella.
Al final fue reconocida y, tanto el Museo de Arte de Medellín como la biblioteca Luís Ángel Arango, le hicieron retrospectivas que honraran su obra y la labor que realizó sin que nadie se lo pidiera. Pero para ella tales méritos no lograron enmendar el dolor que le causó no poder pintar murales cuando sus manos se lo permitían. Solamente pintó uno y se necesitó recuperarlo por un equipo de restauradores porque al día siguiente de haber sido entregado lo cubrieron con pintura, escondiendo así su obra más deseada.
Pasaron los años y después de las retrospectivas y los premios, Débora dejó de pintar. Sus manos se enfermaron de artritis y la pasión que la movió durante toda su vida no pudo ser practicada por más tiempo.
Con más de 80 pinturas, acuarelas, retratos y dibujos dejó un repertorio artístico que aún no ha terminado de ser estudiado, y a pesar de que la vemos a diario y siempre la llevamos en nuestros bolsillos en el billete de dos mil pesos, murió en el olvido en su casa en Envigado el 4 de diciembre de 2005, con 98 años.
Escrito por Laura Saade