Daniel Bottero

Las pinturas de Daniel Bottero por Donald Kuspit

La Poesía de la Ciudad

Que extraño pensar de una ciudad…una ciudad como Buenos Aires, donde Bottero nació y creció, o una ciudad como New York, la ciudad donde el vive ahora, como un lugar poético. La ciudad cosmopolita, moderna ha sido descrita como anónima, lugar inhumano, en el cual el individuo está perdido en la multitud agitada. La ciudad nos desgasta, debilitando nuestro sentido de personalidad e individualidad. Es un ambiente ruidoso en el cual uno es un detalle ínfimo de la masa cotidiana en vez de un ser humano distintivo con sentimientos sutiles, ideas y percepciones de nosotros mismos. La ciudad capitalista es un lugar con tiempo mínimo para otra cosa que no sea negocio de todos los días. Es difícilmente un lugar de reflexión, un ambiente conductivo a la realización de verdades humanas fundamentales.

Descartes anoto uno cuando declaró: “Yo pienso, luego existo”, pero el no tuvo esa gran comprensión de las activas calles comerciales de Ámsterdam, lugar donde el vivía en ese tiempo. Dichas calles eran difícilmente el lugar para una toma de conciencia del ser seria y filosófica: Descartes tuvo su momento filosófico eureka al retirarse de la ciudad hacia el aislamiento y soledad de la estufa holandesa en su estudio. Confinado en ese lugar íntimo y silente, sin las ruidosas distracciones de la ciudad, Descartes pudo contemplar su propia conciencia. El giro hacia dentro para escapar de la ciudad para descubrir su ser mas recóndito…su vaison dietre. De igual modo Bottero: su espacio íntimo, su estudio, como tal, es su taller. Allí él como Descartes se siente seriamente auto consciente. En verdad sus pinturas tienen una calidad reflectiva filosófica, tal como su carácter abstracto sugiere.

Las pinturas también son expresionistas excelentes ejemplos de lo que se ha llamado Expresionismo Lírico…sugiriendo que para Bottero, como lo es para cualquier pintor abstracto expresionista, “Yo siento, luego existo” es la verdad del ser…una verdad más fundamental que : “Yo pienso, luego existo”.

Para Bottero la poesía del sentimiento es más existencialmente fundamental que pensamiento filosófico. El proyecta su poesía sobre la ciudad revelando la poesía de su espacio. El estudio de Bottero no está herméticamente sellado contra el mundo de afuera como la estufa de Descartes: donde Descartes se separa completamente de otros seres humanos, como si existiera independientemente de ellos y no tuviera necesidad de ellos y usa el espacio interior para desplazar el espacio exterior, el espacio interior y el exterior se conjugan en las pinturas de Bottero, sugiriendo presencia humana sin representar seres humanos. La poesía de la ciudad está en su espacio el cual parece tener su propia vida aparte de sus habitantes, aunque es el espacio en el cual viven sus vidas…de la cual dependen inconscientemente de la manera en que el pez depende del agua en que nada.

La aparente autonomía del espacio se correlaciona con el separado punto de vista del estudio mental de Bottero: visto desde sus alturas imaginativas, el espacio citadino se convierte en poesía trascendental…un lugar de lo sublime del cual todo signo o huella de lo cotidiano ha sido desterrado. No hay lugar para la vida prosaica…no hay signos de los habitantes de la ciudad…en el espacio sublime. Los disuelve, confirmando su trivialidad. Bottero describe lo sublime en términos abstractos modernos.

Bottero mantiene viva la visión mítica del espacio trascendental, una conciencia elevada que incide en duros momentos emocionales en tiempos modernos, sin embargo visto con mucho asombro desde el espacio externo por los astronautas, la tierra parece nadar en un espacio sublime. Es una descripción convincente, casi como si Bottero usara la ciudad moderna como una excusa para transmitir lo sublime, aunque el gran ámbito de la ciudad moderna promueve sentimientos sublimes cuando es observada desde lo alto en vez de una vista desde la tierra firme. Si la perspectiva de lo sublime, lo inmensurable, lo infinito es la perspectiva  de la eternidad, entonces Bottero esta sugiriendo de que hay algo misterioso y sagrado aun en las ciudades modernas más seculares.

Bottero dramatiza lo sublime: su espacio es un compuesto explosivo, una dialéctica inestable, de arquitectura fantasmal y atmósfera impresionista.

Las obras se tornan cada vez más apocalípticas, fieramente apocalípticas, como en algunas pinturas de signos del 2004 (signos de mi exilio, sentimientos, libertad, vida, romanticismo, etc.). El horizonte urbano ha colisionado dentro de una atmósfera negra- fundido inexplicablemente con esa atmósfera en un caos derretido. La distancia gestual de esas pinturas del 2002 tales como Espacio Cósmico dentro de mi Mente y Construyendo un Proyecto de Vida parece enorme: Bottero ha comenzado a ser más atrevido que nunca. Las obras del 2004 muestran a Bottero en su mejor modo expresionista- ellas son tours de force de excitamiento dramático. La estructura  arquitectónica, cuando es descifrable, no es mas que una memoria de señal, casi enteramente sin sustancia: la atmósfera cargada comienza a ser más substancial- en verdad la única sustancia, densa al punto de ser tangible, confirmada por la fuerza proyectista, sin mencionar la violencia intensa de los gestos. Dichos gestos se entrecruzan a menudo, sugiriendo que Bottero se mantiene ligado a las encrucijadas que describía en trabajos anteriores- o en todo caso se mantiene obsesionado por la dinámica de su propia conciencia dividida- pero estos gestos parecen perderse en la casi absoluta oscuridad que las informa.

En los trabajos del 2002 los entrecruces forman  a veces un continuo de pequeñas estructuras arquitectónicas. Despojados de todo rasgo distintivo y simplificado en forma geométrica elemental, dichos gestos se alinean como una especie de peldaños, sugiriendo fragmentación sistemática así como una división excéntrica de conciencia. En 2006 hay una nueva tranquilidad ansiosa, y con  ella una más relajada y aun una superficie vivida The Storm and Drang  (La tormenta y urgencia) ha pasado, la destructividad instintiva ha sido depuesta y el horizonte es nuevamente visible y firme. El terror latente en los trabajos del 2002, la ira y caos evidente en los trabajos el 2004 son historia del pasado. Ellos sobreviven sólo como memorias- en el libro de la memoria como en el caso de La Ciudad del Libro del 2006 lo sugiere. Bottero ha estado siempre envuelto con la memoria así como con el instinto, como Memory Lane 2002 indica, pero la memoria ahora suele ser el principio vigente-la consecuencia reflectiva de sentimientos turbulentos, sugiriendo su contenido filosófico.

Hay en realidad un nuevo auto-contenido en los trabajos del 2006, simbolizado por el marco interno de las páginas de la forma de libro.

Finalmente, uno puede notar que, hablando artística e históricamente, Bottero extiende las impresiones descriptivas y panorámicas de la ciudad de Kokoshka- Londres, Praga, Viena entre otras, todas pintadas como consecuencia de la Ira Guerra Mundial, como recordándonos las grandes capitales de la civilización Europea, preservada a pesar de la guerra- hacia un extremo abstracto en el cual la ciudad pierde toda especificidad. Es New York, después de la II Guerra Mundial la nueva capital del mundo. Parece ser más un estado mental para Bottero que un lugar en particular, no obstante los rascacielos a veces evidentes en las pinturas del 2002. La diferencia histórica es crucial: La luz esta en todos los lugares de las pinturas de Kokoshka, imbuyendo la arquitectura con una aura interna mientras la deja intacta- todos los lugares importantes son reconocibles- mientras en la oscuridad domina las pinturas de Bottero y desintegra la arquitectura, la cual retorna anónima.

Hay una majestuosidad melancólica en varias pinturas de Bottero – aun en aquellos donde la luz juega un rol importante, mientras que existe un aire de exaltación en los paisajes urbanos de Kokoshka, no obstante cuan agitados los gestos sean (pero nunca tanto como los de Bottero). Kokoshka y Bottero  ambos fueron exilados, pero el exilio de Kokoshka parece ser más feliz que el de Bottero. Ambos nos ofrecen remanentes visionarios – monumentalizaciones impresionistas – de ciudades que parecen extrañas no obstante generalmente familiar. Pero las representaciones de Bottero son más emocionales que físicamente familiares, lo cual es quizás porque ellas parecen ser más universales y más certero de estos tiempos que las obras de Kokoshka.

Donald Kuspit  (Nueva York, 1935) es uno de los críticos más reconocidos del mundo del arte. Es profesor de historia y filosofía en la Universidad de New York en Storny Brook. Es colaborador en las ediciones de las revistas Artforum, Sculpture, y New Art Examiner, y editor de Art Criticism y American Art para Cambridge University Press. En 1997 recibió el Lifetime Achievement Award por su contribución destacada a las artes visuales, otorgado dado por la National Association of Schools of Art and Design. La asociación Frank Jewett Mather le otorgó en 1983 el Premio por Distinción en la Crítica de Arte; también lo premiaron la Ford Foundation, la Fulbright Commission, el National Endowment for the Humanities, el National Endowment for the Arts, y la Guggenheim Foundation, entre otras. Es autor de numerosos artículos, comentarios sobre Kuspit ha escrito más de veinte libros, incluyendo Redeeming Art: Critical Reveries (2000), Signos de psique en el arte moderno y posmoderno (2003) y El fin del arte (2004).