Antonio Seguí

El pintor habla de un hombre en busca de su lugar en este mundo, Monsieur Gustave, a quien podemos encontrar en varios de sus cuadros. Este personaje recorre el mundo y las calles y cuestiona su existencia, con humor o con ironía. Reconocible por su traje y su sombrero, ¿podría ser el Señor Gustavo una autobiografía de Seguí? La obra de Seguí, impregnada de ironía, humor y escenas teatrales, está influenciada por Otto Dix o George Grosz. Sus pinturas auténticas, a la vez que enigmáticas, relatan la agitación política de su país, pero también de su pueblo natal. Escenas banales, a veces absurdas, que resultan irónicas. Y que cuestionan la vida, la existencia, pero también la muerte…
En los años ’60, a tono con el impulso renovador de la Nueva Figuración, la sátira social de fuertes acentos expresionistas predomina en su obra: militares, religiosos, jueces, banqueros, desfilan bajo una lupa sarcástica, feroz. En los setenta y en los ochenta utiliza los estereotipos visuales de la sociedad de consumo como apuntes mordaces a la estandarizada vida cotidiana. Luego, el universo urbano se vuelve un eje recurrente hasta el presente. Seres anónimos, sorprendidos en gestos fugaces, circulando entre edificios, animales, aviones, dan una descarnada visión de la existencia en un mundo cada vez más anónimo y más despersonalizado.
Seguí no es un relator de anécdotas. En cada medio elegido –pintura, litografía o aguafuerte–, la intención narrativa se sostiene en elementos plásticos puros. Así, la superficie de la tela o del papel es un espacio de escritura y los personajes u objetos que la pueblan son signos de una realidad a develar. “Creo –dice– que debe existir una armonía entre el trabajo personal y la visión que se tiene del contexto social en el cual se vive y que se quiere cambiar en cierta medida. Forma parte de una misma ideología”.