Amarildo Obeso Sánchez
Amarildo es un artista talentoso que ha encontrado un lenguaje plástico muy personal para expresar una obra de carácter, con una técnica depurada de gran calidad, con un definido concepto de valores lineales, formales, cromáticos, y un exquisito sentido de sensibilidad, forma, línea y equilibrio. Demuestra un gran dominio del dibujo en un arte cálido, espontáneo, de refinada sensibilidad y color depurado e intenso, muy bien contrastado. La técnica, estética y colores sobresalen en sus composiciones de grata factura.
Jorge Bernuy – Crítico de arte
CONFESIÓN DE VIDA
En 1966, mi madre, atendida por una partera, me alumbró en un cuartito que mis padres tenían alquilado en la segunda cuadra del jirón Francisco Pizarro, del barrio La Balanza, en la ciudad de Chimbote, puerto ubicado en la costa norte del Perú. Mi padre es natural de La Libertad y mi madre era Huaracina.
Después de sobrevivir al terremoto del 70, con los traumas de la catástrofe, comenzó el éxodo familiar, nos fuimos a vivir a la ciudad de barro (Trujillo) y nos instalamos en el asentamiento humano Gran Chimú, que por entonces era una invasión conformada por gente del puerto y familias aledañas de la serranía liberteña. El lugar era árido, escaseaba el agua y la familia no se acostumbró; por eso duró poco nuestra estadía en ese lugar. Las familias de mamá nos invitaron a vivir a su tierra, mis padres aceptaron y nos encaminamos hacia Huaraz, conocida como la Suiza peruana, una ciudad de nuestro Ande.
El colorido y la hermosura del paisaje, sus imponentes nevados y el majestuoso Huascarán me deslumbraron; recuerdo aún cuando aparecían las primeras luces solares, podía apreciar las nubes desplazarse en forma de algodón por la cordillera y ver cómo los nevados levitaban. Mis experiencias vividas de niño las planteé más adelante en mis creaciones. El primer y segundo grado de primaria los realicé en el colegio Fe y Alegría, institución regentada por la congregación religiosa Franciscanas Misioneras Hijas de María, ubicada en el barrio de Pedregal. El amigo de mi hermano mayor, Samuel, era un dibujante talentoso y fue él quien despertó en mí el interés por el arte, sus dibujos a base de tinta lÍquida y aguadas eran muy buenos.
Después de permanecer dos años en la ciudad de los nevados, la familia retornó al puerto de oro (Chimbote), donde proseguí mis estudios de primaria en la I.E.E. N° 88023, Almirante Miguel Grau, del barrio El Acero. Ahí conocí al profesor Arturo Arce, una persona muy servicial y humanista, quien religiosamente los días lunes dibujaba con tizas de color, a un costado de la pizarra, un tema porteño, y lo dejaba toda la semana para apreciarlo, tiempo suficiente para poder imitar sus trabajos. Las vacaciones escolares las aprovechaba para mataperrear con los amigos del barrio, con ellos me iba todos los días a las cinco de la mañana a trabajar a la Ramada, hora en que comenzaba el negocio del pescado; por aquel entonces había unas pequeñas chalanas que llevaban el pescado en cestos de caña, llamados balayes, hacia la orilla del mar. En la playa, lavábamos y contábamos el pescado de los comerciantes a cambio de un pescado o de un sol. Fue entonces cuando me di cuenta que vivía rodeado de peces y pájaros.
Los sábados frecuentaba los cines San Isidro y Primavera con mi cajita de madera con cinturón de cuero, ahí vendía chicles, cigarrillos y caramelos, y vestía un guardapolvo blanco que me proporcionaba la señora encargada del negocio.
Por las noches desempolvaba las calles del barrio jugando pelota con los amigos de la cuadra, alumbrados por un foco instalado en un rústico poste ubicado al costado de la casa de madera de don Ciriaco Moncada que, por cierto, siempre renegaba por la bulla que hacíamos. En mi adolescencia me hice amigo de don Ciriaco, el filósofo de la ecología. Tuve la suerte de ingresar a su hogar donde había un pequeño huerto lleno de diversas plantas y una hamaca de red atada a dos troncos que le servía para descansar, era un tipo muy conversador dentro de su casa, pero fuera de ella se transformaba, era muy distinto.
Recuerdo mucho a mi profesor de Matemáticas, Franco Sánchez, y la admiración que sentía por él; realizaba trazos perfectos a mano alzada y le encantaba el arte; no fue artista plástico, pero sí un excelente músico; conformó la famosa orquesta América, de Trujillo; siempre me llamaba por mi segundo apellido, diciéndome tú eres Sánchez y por tus venas corre sangre de artista. Vaya que no se equivocó.
Mis estudios secundarios los realicé en el colegio nacional Erasmo Roca. Tenía como profesor de Arte a Francisco Neciosup, un tipo carismático y jocoso, le gustaba cochinear a los alumnos en el aula. Cuando pasaba lista me llamaba por mi segundo nombre que, por cierto, yo lo guardaba celosamente por lo raro que era. El profesor decía Amarildo Obeso Sánchez, los compañeros se carcajeaban, y yo no sabía dónde esconderme de la vergüenza. Un día el profesor invitó a los alumnos a integrar la banda del colegio; emocionado, fui a pasar la prueba de corneta y fracasé; el profesor me dijo: vaya a tocar corneta a su corral; fue entonces cuando entendí que la música no era para mí. Después del fracaso musical comencé a afianzar mi pasión por el dibujo, mi inquietud era el lápiz grafito; planteaba bocetos de lo que observaba y, a veces, evocaba lo que mi mente guardaba y lo plasmaba en cualquier soporte que tenía a la mano. En el último bimestre de quinto año de secundaria, el profesor de Arte abarcó el tema de las corrientes artísticas y nos hizo elaborar pinturas inspiradas en los maestros impresionistas; al terminar, presenté mi trabajo al profesor, quien, al observarlo, me llevó a un costado y me dijo: sabía que la música no era para ti, lo tuyo es la pintura. Estas palabras se consolidaron en mi mente, y así terminé la secundaria.
El profesor de Arte era un músico empírico y no sabía que existían escuelas de arte, por lo que nunca me habló de estas. Decidido a ser técnico de la Marina, me preparé tres meses en una academia militarizada; al estar ahí, me di cuenta que eso no era para mí; por eso le doy gracias a la vida cuando mi amigo Fredy, que estudió en el instituto Carlos Salazar Romero, me contó que tenía como profesor de Arte a un pintor, y él le comentó que en la ciudad de Trujillo había una escuela de Bellas Artes donde formaban a los jóvenes con talento. A los 19 años de edad decidí llevar adelante mi vocación por el dibujo y la pintura. Viajé a Trujillo a postular a la escuela de Bellas Artes, logrando ingresar el año 1986. Tuve como profesores a los pintores Pío Ángel Muñoz, Demetrio Urquiaga y Walter Romero; y como compañeros, a Adolfo Asmat Chirinos, Wilo Vargas, Francisco Castillo Rojas, entre otros, que llegaron a ser artistas destacados.
El concepto de las propuestas nuevas traídas por las bienales internacionales en Trujillo, con sus lenguajes modernos, influyó en mí y mis compañeros de promoción. Entonces, a raíz de los problemas sociales que padecía el país, y con la idea de gritar a través del arte, decidimos formar el controvertido grupo Grito, realizando exposiciones a nivel nacional con temas como: Cárceles, Derechos Humanos, Madre Perú y SIDA, eventos que conmocionaban al espectador por la forma como planteábamos nuestros trabajos, con materiales reciclados y en gran formato, tratando de dar un mensaje de la realidad nacional de aquel entonces. En 1990 egresé del claustro académico de Bellas Artes con el premio CONCYTEC como alumno destacado, y una concepción estética macerada.
Mi pintura se resume en un surrealismo muy denso, con una técnica esfumada de colores equilibrados entre fríos y quebrados; plasmo en mis lienzos recuerdos de infancia portuaria y figuras de féminas con expresiones románticas. El fondo difuso es una de las características que identifica a mis obras.
El arte es universal y Chimbote no puede ser ajeno a ello, es por eso que hace 19 años, después de caminar con el lienzo bajo el brazo, decidí retornar al puerto para impulsar las artes plásticas en niños y jóvenes.
En mi trajinar de 34 años como artista, he tenido la suerte de conocer a muchos maestros del arte, como pintores, escultores, escritores, músicos y actores, y gracias a ellos amplié mis conocimientos artísticos.
A Chimbote lo llevo en mi corazón porque aquí nací, me casé y me separé; tengo tres hermosas hijas, un nieto y una nieta que son mi adoración, y una hermosa musa de rojo que llena mi espacio azul con su ternura y amor.