MIGUEL OCAMPO (1922-2015)
Fue un profeta de la luz. Pintor de despliegues cromáticos singulares, su obra marcó en el arte argentino una presencia inconfundible. Es verdad que el prestigio alcanzado por su trabajo lo proyectó internacionalmente –bienales de San Pablo y de Venecia, museos e institutos de primer nivel- pero fue en su país donde alcanzó una dimensión de maestro.
Arquitecto, diplomático, académico de Bellas Artes, Ocampo tomó su primera influencia abstractizante de Klee, de Braque, de Bonnard. Enamorado del espacio como fuerza subjetiva, tempranamernte constituyó con Alfredo Hlito, Tomás Maldonado, Sarah Grilo y Lidy Prati el Grupo de Artistas Modernos, que generó un camino en la pintura argentina. Paris y Nueva York fueron escenarios en los que su presencia diplomática y su protagonismo artístico fueron delineando un espíritu de definida fuerza.
Así, su obra adquirió relieve propio y –dentro de los movimientos abstractos y geometrizantes- lo ubicó como un maestro del color y de la luz. Otra naturaleza corporizó así su plano, hecho de contrastes y levísimas rupturas. Un paisaje que hacía recordar aquellas sabias palabras de Goethe acerca de que el arte es el arte porque no es la naturaleza. En 1983, la Academia Nacional de Bellas Artes lo nombró Académico de Número de la corporación.
Hace algo más de treinta años, decidió mudarse a la ciudad de La Cumbre, en las sierras de Córdoba. Allí, Miguel Ocampo fue feliz y trabajó con notable ahinco y pasión. Y en 2008, se abrió junto a su taller una gran sala con su nombre, como Fundación Ocampo, para exhibir gran parte del trabajo de los últimos años.
Es justo reconocer que, con la partida del artista, el arte argentino se enlutece. Una de las figuras de mayor gravitación conceptual dentro de las corrientes no figurativas, distingue su visión. Y es justo reconocer, paralelamente, que tras su formación intelectual y de hombre de principios, se ubicaba la presencia de un auténtico humanista.
Jorge Taverna Irigoyen