“Para mí, la pintura tiene un componente metafísico intrínseco. Siempre se trata de algo más allá de la física, el objeto o lo que vemos, incluso en pinturas como Frank Stella, Kazimir Malévich o Josef Albers.“

A propósito de la obra de Michel Pérez Pollo…

(…) Alguien me comentó en cierta ocasión que los grandes artistas persiguen una obsesión. En el caso de Michel Pérez Pollo esta se hace cada vez más consciente. Se revela a través de un universo simbólico propio que lo distingue, un modo de hacer y de interpretar la realidad que puede variar, pero el camino siempre será el mismo. Cuando conoces su pintura es difícil que no puedas identificar alguno de sus cuadros. Ya él ha delimitado su obsesión, sobre la que volverá una y otra vez.

En un principio, se hace visible el deseo de explorar la vida interior imaginada de objetos cotidianos u otros tomados del entorno, como los juguetes que marcaron a su generación. Estas piezas iniciales, más anecdóticas, provocan cierta sensación de extrañeza al situarnos ante imágenes ambiguas que, en ocasiones, insinúan el posible diálogo o relación entre seres u objetos que aparentemente no guardan nexo alguno. Con ello logra una imagen extremadamente poética, llena de sensibilidad y lirismo.

Con el tiempo, los nexos con la realidad física se van desdibujando y las formas adquieren un aspecto más imaginativo y simbólico. El carácter narrativo va dando paso a un discurso mucho más profundo y de compenetración con el acto mismo de pintar. En efecto, la pintura actual del Pollo es un disparo al intelecto. Se libera cada vez más del sentido descriptivo para convertirse en un ejercicio intelectual; se torna más sutil apelando a la síntesis de la idea y mientras más simplifica más comunica; se vuelve más íntima, misteriosa.

A mi juicio, la obra del Pollo es una suerte de homenaje a las vanguardias en tanto asimila, desde una perspectiva totalmente contemporánea, los grandes aportes del arte moderno. Con una nueva visualidad no deja de recordarnos a Picasso, Giorgio de Chirico, Magritte o a quien el propio artista reconoce como su máxima influencia: Giorgio Morandi. Es innegable la deuda con la pintura metafísica, esa que a inicios de siglo xx sentó las bases para el posterior desarrollo del movimiento surrealista. El artista intenta penetrar en el mundo interior de ese aparente mundo inanimado. Sus obras están envueltas en un halo de misterio que nos hace cuestionarnos acerca de la existencia de esas formas y el modo en que llegaron a su estado actual; nos parece posible su existencia, aunque la razón nos indica que no. Los cuerpos van tomando su fisonomía a través de apéndices, como si estuviera a nuestro alcance poder descomponerlos por partes y volverlos a armar. Esferas, cuadrados, rectángulos de diversos tamaños que nunca llegan a serlo de un modo perfecto parecen el punto de partida de las figuras que pueblan su universo simbólico.

De igual modo, su pintura privilegia el gesto de contenido expresionista. No podemos quedar indiferentes ante las figuras y formas que habitan sus cuadros, sabemos que no son reales, pero son creíbles. Tal parece que sienten, padecen, respiran. Aunque suelen padecer alguna imperfección o revelarse en su forma más primigenia, sin molde preciso, ellas se muestran impávidas, conscientes de sí mismas. Son capaces de trasmitirnos su estado de ánimo, emociones y sentimientos que transitan por la nostalgia, tristeza, paz, armonía. (…)

Niurma Pérez Serpa