“Siempre tuve preferencia por el ensamble de la realidad y la ficción. He creado siempre ámbitos, escenografías que son atemporales, y que quizás no son representativas propiamente de lugares reales. O sea, hay elementos reales, dentro de ámbitos irreales. Y en cuanto a los personajes, si bien están enmarcados dentro de esa época de la década del 30, ellos deambulan por todas las épocas, son intemporales”- Mario Arroyo.
MARIO ARROYO (Uruguay, 1927 – 1995)
Arroyo nació en Montevideo, el 21 de abril de 1927, y vivió durante toda su vida en la casona de la calle Chaná 2107. Estudió arquitectura, aunque no terminó la carrera, y trabajó como bancario. Realizó su primera obra casi a los 40 años, y su carrera artística fue relativamente corta porque enfermó de cáncer de pulmón y murió a los 68 años, en 1995, por lo que fueron alrededor de 25 años de producción artística. Se había casado en 1954 con Petrona Méndez, quien fue la única heredera de su obra, ya que la pareja no tuvo hijos. Fue un gran admirador del surrealismo europeo, de René Magritte, de Paul Delvaux, de Giorgio de Chirico, de Salvador Dalí, y de los argentinos Vito Campanella y Sigfredo Pastor. Pero la singularidad de su obra estuvo en crear un surrealismo propio que se alimentó de los cafés, de las mesas de billar, de la sensualidad y elegancia del tango, de la soledad de la ciudad dormida. Y también del cine, especialmente del francés de los años 30. “Hay particularmente algunos filmes que me han quedado grabados: El año pasado en Marienbad de Alain Resnais, El proceso de Orson Welles, algunas películas del cine expresionista alemán y norteamericano, Metrópolis, El estudiante de Praga, La caída de la Casa Usher, entre muchos otros”, es la respuesta que dio el artista en una entrevista. Otra fuente de inspiración fue la bohemia montevideana. Con su íntimo amigo, el poeta y cantante Horacio Ferrer, Arroyo integró primero un club de tango llamado la Guardia Nueva, al que asistían figuras famosas, entre ellas, Astor Piazzolla. Después se hicieron habituales “las luneras”, tertulias musicales y gastronómicas que se hacían los lunes de noche en diferentes casas. De esos encuentros participaron músicos, arquitectos, artistas y periodistas, como los hermanos Agustín y Abel Carlevaro, Jorge Seijo, Henry Jasa o Manuel Domínguez Nieto. Otro amigo cercano fue el dibujante Hermenegildo Sábat.
Su forma de trabajo era concienzuda, exigente y meticulosa; en cada obra se reflejaba una parte de él, plasmada con clara y prolija rigurosidad plástica. Arroyo gozó en vida de éxito comercial; su obra, apenas era producida, se comercializaba con facilidad en las mejores galerías de la época. La confluencia de estos aspectos hizo que la obra disponible en Uruguay fuera escasa, así como también la colección familiar. La vida artística de Mario Arroyo se desenvolvió en un entorno muy exigente, con grandes galerías de arte que promocionaban a los artistas: Contemporánea, Losada, Bruzzone, Moretti, Aramayo, Tempo, Karlen Gugelmeier, Río de la Plata, U, Latina, así como marchands y críticos de arte que generaron mucho valor y crecimiento a la plástica nacional.
Además del éxito comercial, también obtuvo importantes premios. Si bien Arroyo no concursaba voluntariamente en certámenes de pintura, participaba cuando era especialmente invitado. Su obra fue premiada en la Primera Bienal Internacional del Deporte en las Artes Plásticas en 1980, con el óleo El último instante que se exhibe en la presente muestra en el verano del año 1978; obtuvo el Premio Ford en el II Premio del Este de Pintura Uruguaya del Museo de Arte Americano de Maldonado, galardonado junto a destacados pintores como Miguel Battegazzore, Carlos Tonelli, Gustavo Alamón, Hugo Longa, y Gustavo Vázquez.
Arroyo pintaba minuciosamente cada detalle, dedicaba mucho tiempo a definir la estructura de la obra, incluía el misterio y la metáfora en sus trabajos.