Hago imágenes vivenciales y tridimensionales de los paisajes.

HELMUT DITSCH

El artista Helmut Ditsch nació en Buenos Aires en 1962. Descendiente de inmigrantes italianos y alemanes, pasó sus primeros años en Villa Ballester. Allí vivió en permanente contacto con la naturaliza, y a los ocho años descubrió, quizás, el lugar más significativo de su vida: la Cordillera de los Andes.
Aquel primer encuentro con la montaña ocurrió en Mendoza, en una finca donde la familia Ditsch pasaba el verano y donde el paisaje de la provincia cautivó a Helmut en forma inmediata. Por eso, no extraña que justamente el paisaje se haya convertido en el tema fundamental de su obra. Sin embargo, Ditsch no encuadra con la imagen del pintor que se instala tranquilamente, caballete en mano, a pintar una escena campestre.
Helmut es un eximio andinista, y para captar la esencia de su obra necesita primero conquistar alturas como las del Aconcagua, llevar a cabo escaladas en el glaciar Perito Moreno o atravesar desiertos como los de las salinas de Salta.
En su obra, Ditsch vuelca esos paisajes extremos, transforma la belleza en realidad y es capaz de hacer sensible para el espectador las distantes montañas o los gélidos hielos continentales.
Los que han visto sus pinturas en vivo quedan impactados por la vida que logra darles a sus cuadros. El comentario mas frecuente al detenerse ante una obra suya es: «Parece una foto.“ Sin embargo, Ditsch no intenta demostrar que sabe copiar la naturaleza ni imitar la fotografía, un medio muy diferente al de la pintura. Para él, «es mucho más importante transmitir sentimientos y crear una fuente de energía entre el espectador y la obra. Dibujar una roca es fácil, lo sabio es llenarla de sensibilidad“, afirma.

El despertar

Desde muy chico, Ditsch decidió aceptar los desafíos que le impuso la vida. Cuando Helmut tenía siete años, la repentina muerte de su madre terminó con su infancia feliz y despreocupada.
Fue entonces cuando una conversación con su padre produjo un brillo especial en sus ojos. Helmut le preguntó dónde estaba su mamá, si no era a su lado. Y su papá le respondió que su madre estaba en la naturaleza, en las montañas…
Hasta ese momento, Ditsch estaba decididamente influenciado por las llanuras infinitas de la pampa. Pero aquella frase lo empujó hacia las cumbres andinas, convirtiéndose la añoranza de la lejanía en una constante en su vida.
Desde entonces, Helmut se estrechó cada día más con la naturaleza y no hizo más que superarse a sí mismo, como cuando se entrenó para escalar el Aconcagua y lo logró en el primer intento.
Para él, la belleza natural es un gran incentivo: «Una de las razones que me hicieron desafiar el riesgo que implica moverse en la montaña o atravesar glaciares fue sin duda la enorme atracción a la que me vi sometido cuando descubrí la sublime belleza natural. En mi segunda década de vida no me alcanzaba la contemplación, necesitaba introducirme con cuerpo y alma en toda esa majestuosidad. Era una forma de alimentarme espiritualmente. Nunca pensé en la muerte, sino en abrirme y vivir intensamente. El montañismo, con todos sus riesgos, es para mí un acto de búsqueda y creación.“
A los 15 años, Helmut realizó sus primeras pinturas al óleo, experiencias que fueron interrumpidas sólo entre 1980 y 1982, cuando debió vivir situaciones traumáticas durante el servicio militar en la Armada Argentina.
A los 21 años realizó su primer gran unipersonal en el Teatro San Martín, y ese mismo año hizo lo propio en el María Calas Art Gallery de Miami. Precisamente, en los Estados Unidos comenzó a trabajar en una serie de paisajes surrealistas. Sin embargo, Helmut se alejaría definitivamente del surrealismo en 1986, luego de desarrollar una intensa actividad como escalador extremo, emprendiendo numerosas expediciones por los Andes.

La conquista de Europa

Con 25 años, Ditsch descubre un día el catálogo del joven artista Gottfried Helnwein y queda impresionado por su obra.
Esa fascinación y su permanente deseo de superación lo llevó a irse del país para desarrollar plenamente su labor como artista. En 1988 se trasladó a Austria. Allí estudió en la Academia de Bellas Artes de Viena, de donde egresó con varios premios. Expuso, posteriormente, en diversos países de Europa, principalmente en Inglaterra y Alemania.
En 1993 realizó su primer cuadro de gran formato, una característica de la obra de Ditsch. “Con respecto al tamaño de mis cuadros, tengo que pintar en el formato que siento, pero éstos son gigantes, así que intento buscar un compromiso entre lo que es mi deseo y lo máximo en reducción posible.
Pero no olvidemos que estoy pintando montañas y glaciares gigantescos, así que debo respetar la escala para poder plasmar la sublimidad de mis temas. Por ejemplo, los 9 metros del “The Last Day” es el formato mínimo que puedo utilizar para este tema.”
Para alimentar su fuente de creatividad, Helmut realiza permanentes viajes de estudio de paisajes, como el de 1995 a la Argentina, en el que atravesó los Hielos Continentales patagónicos; o el de 1998, cuando pasó varias semanas aislado en los Alpes Austríacos, echando mano a toda su capacidad como andinista.
Precisamente, en la expedición a los Alpes Austríacos realizó los estudios para una obra trascendental: “La Cordillera”. En 1999, con la venta de “La Cordillera” (1,50 x 11,90 metros), al Banco Nacional de Austria, Ditsch alcanzó la máxima cotización de un pintor argentino en vida: 300.000 mil dólares.
Pero a pesar de sus éxitos reiterados en la Europa continental, en 2000 Helmut decide trasladar su atelier de Austria a Irlanda, para modificar así la atmósfera de su labor. En ese país se instaló en un castillo construido varios siglos atrás, el que le sirvió de inspiración para sus largos enclaustramientos dedicados exclusivamente a la pintura. En tanto, un año después, Ditsch cumplió uno de sus máximos sueños: exponer en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, entre otros museos de Latinoamérica. En ese momento fue reconocido por los argentinos: más de 120.000 personas visitaron la muestra.

Ditsch rompe un nuevo récord

Hoy se puede afirmar que Helmut Ditsch ha sembrado paisajes de la Patagonia por los museos más importantes de Europa.
Los coleccionistas, tanto europeos como americanos, se interesan por sus obras a tal punto que la mayoría de los cuadros que se exhibieron en sus giras internacionales ya forma parte de colecciones privadas o de grandes museos.
Además, la diversidad de admiradores que se apasiona por la obra de Ditsch es tan llamativa como las cifras que están dispuestos a pagar por sus pinturas. Basta con mencionar que los compradores de sus obras varían entre la poderosísima empresa de construcción Bau Holding Strabag y el montañista más famoso del mundo, el tirolés Reinhold Messner.
Claro que el gran golpe en cuanto a la adquisición de la obra de Ditsch se produjo con la venta del cuadro “The Ten Commandments II”, inspirado en el monte Sinaí. La monumental obra fue comprada por un coleccionista privado en 420.000 mil dólares.
Hace unos años el pintor vendió la obra “El Mar II” por 865.000 mil dólares.
La operación, que superó la marca que tenía Berni con “Desocupados”, se hizo en Austria. No fue en una subasta, lo habitual en estos casos “Nunca tuve intermediarios”, se jacta el artista. El comprador fue Parque de Alquife S.L., una desarrolladora de proyectos urbanos de Andalucía. “Uno de sus ejecutivos vino a mi atelier en Austria, se paró frente a la pintura (de 6 metros de largo por 1,5 de alto) y se emocionó hasta las lágrimas. No pagó ese dinero porque yo era Helmut Ditsch ni por un tema de mercado. Su sensibilidad fue la que lo llevó a ofrecer semejante suma. La obra era parte de mi colección privada y no tenía precio.
En 2016 vendió «Perito Moreno» en 1,5 millón de dólares, ubicándose al tope del ránking de cotizaciones entre nuestros artistas de todos los tiempos.
Helmut Ditsch tiene un nuevo desafío y se llama «El hielo y la eternidad transitoria».