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Ricardo Cinalli – Obras 1985-2006
27 abril, 2006 - 19 junio, 2006
Dentro del panorama tendencial predominante en el arte actual y en los postulados teóricos y críticos que lo rodean, la obra de Ricardo Cinalli se presenta como un anacronismo. Frente a la cultura contemporánea, repetidamente asociada con lo cambiante, lo superficial y lo líquido, Cinalli exalta la rotundez figurativa y la solidez del volumen; frente a la velocidad de la producción y la reproducción digital, insiste en la factura artesanal morosa y detallada; frente a las esquivas seducciones de un imaginario inédito y renovable, prefiere aceptar las evocaciones ciertas de un pasado clásico que conserva para él su cantera inagotable de tentaciones por explorar y transmitir. Cinalli modela sus cuerpos preñados de fuerza –o los tremendos fragmentos de esos cuerpos que nos sobrevuelan- con vocación de escultor y oficio de miniaturista. Así, los nervios y músculos que se abalanzan sobre el espectador están pintados con la delicadeza obsesiva de pinceladas finas como cabellos, dispuestas en tramas precisas como la grilla de un grabador. Por otra parte, su ingenioso tratamiento de la perspectiva central y de la proyección de luces y sombras involucradas, logra convertir el plano real en caja engañosa, ilusoria, donde se abren ventanas que no existen y donde lo grávido flota suspendido en el aire. En plena posmodernidad Cinalli ha retomado y exaltado el hilo que los pintores del ilusionismo y la monumentalidad dejaron desovillado en sus laberintos manieristas de Mantua y de Roma. ¿Cómo no sentir que en sus colosales pinturas/esculturas baja a tierra algo de la `terribilità´ miguelangelesca que quedó atrapada en la bóveda de la Sixtina, o que, después de cinco siglos, los condenados del Juicio Final vuelven a presentarse dramáticamente anudados para interpelarnos? ¿Cómo no asociar sus remolinos de formas humanas con las que Dante imaginó para el Infierno y Gustave Doré convirtió nucho después en colmenas volantes? ¿Cómo no aceptar que nuestro artista asume legítimamente en pleno siglo XXI los juegos herméticos y la punzante ironía de sus colegas Pontormo, Bronzino o Giulio Romano? Claro que en su camino Cinalli no sólo anda sobre las huellas de los artistas italianos del Cinquecento; también se advierten diversos rasgos que recuerdan a Portinari, a Lempicka, a Léger, todos ellos pintores que construyeron sus poéticas y enarbolaron sus ideologías a partir de la desmesura invasora del cuerpo humano sobre la tela. Y también asocio la obra de Cinalli –que insisto en considerar como un escultor del plano- con esa increíble Sixtina esculpida al aire libre que es el Frogner Park de Oslo, creado a través de muchos años por Gustav Vigeland para ilustrar el drama circular de la vida y la muerte. No cabe duda que nuestro artista –en tanto psicólogo profesional- ha volcado en su obra una significativa intensidad reflexiva que habla de instintos, impulsos, sexo, tabúes y muerte. Pero ese contenido queda como fondo de figuraciones que invitan a ser recorridas sensiblemente, incluso con una fruición sensual que para algunos puede resultar, incluso, incómoda o agresiva. El andamiaje del arte conceptual ha insistido en que la idea prima sobre la realización, hasta el punto de aceptar que, frente a la contundencia de la idea, la existencia de la obra se vuelve innecesaria. Cinalli esta de acuerdo; aunque también su trabajo proponga a un tiempo que la obra es siempre el vehículo de ideas íntimas, profundas y oscuras, que tiene que nacer, ser vista, recorrida y apreciada como tal. Catarsis del artista, revelación para el receptor Espero que esta entrada de Ricardo Cinalli en las salas de nuestro museo mayor sea una buena oportunidad para actualizar el contacto con una obra pictórica que ya ha cumplido un cuarto de siglo de maduración y de exhibiciones por el mundo.
Texto de Alberto G. Bellucci Director MNBA