Pablo Zelaya Sierra

Pablo Zelaya Sierra fue el artista más relevante de la escena artística hondureña durante buena parte del siglo XX. Este reconocimiento no pretende menospreciar los aportes de artistas fundamentales para la historia del arte hondureño como Max Euceda, Carlos Zúñiga Figueroa, Ricardo Aguilar, Dante Lazzaroni, Ezequiel Padilla Ayestas, Felipe Burchard, Aníbal Cruz, Bayardo Blandino y Santos Arzú Quioto. Sin embargo, la solidez de sus obras y las implicaciones de su pensamiento estético le permite erguirse y constituirse en uno de los pilares fundamentales de las artes visuales de Honduras. Cuando se hace referencia a su proyecto estético se hace mención al campo de la producción de sus ideas estéticas y artísticas, ya sea a través de sus obras y pensamiento, pero también a su proyecto cultural que engloba lo relativo a la circulación y recepción del arte. Zelaya Sierra pregonó un arte que demanda ser vivenciado para mostrarnos la complejidad de la vida y de la existencia humana. El arte para Zelaya Sierra no solo es técnica, sino un modo en el que se accede a la vida misma y al tiempo histórico. Por esa razón, el artista hondureño cuestionó de forma profunda las expresiones artísticas que buscaban enaltecer las cualidades estéticas tradicionales con el afán de satisfacer el gusto del gran público. De igual forma, Zelaya Sierra se opuso al arte que reproduce miméticamente el mundo, en ese sentido, cuestionaba la visión reducida de muchos artistas que “con un concepto fotográfico del arte, creen que la Pintura debe imitar la naturaleza […] En vez de interesarse por la calidad de la obra, se afanan por dar ambiente a las figuras, esto es, intentan pintar el aire, olvidando las formas” (Zelaya, 1996:56). Para Zelaya Sierra, en este tipo de obras “no existe una expresión artística, ni profunda, ni delicada, como en toda obra hija de la imitación” (Zelaya, 1996:56). Cabe resaltar que, el artista hondureño pensó reflexivamente las condiciones de producción de su momento histórico y, por ello, aspiró a una obra que tuviera una función organizadora. Y, por cierto, esta utilidad organizativa no se limitó a funciones propagandísticas. De acuerdo con el pensador alemán Walter Benjamin, la función organizadora exige del artista que sepa orientar e instruir, es decir, que asuma un comportamiento didáctico. Para Benjamin, un autor que nada enseña a los demás artistas, nada enseña a nadie. De ahí la importancia de anteponer la determinación productiva, pues “incitará primero a otros productores a producir y, luego, le pondrá a disposición un aparato productivo mejorado” (Benjamin, 2015:28). Precisamente ese fue uno de los grandes aportes de Zelaya Sierra al arte hondureño, por un lado, encaminar a las generaciones predecesoras sobre el camino del arte noble y auténtico y, por otro, presentar las claves para organizar un aparato estético moderno. En una palabra: puso a disposición de las nuevas generaciones de creadores un aparato productivo mejorado. Zelaya Sierra abogó por un arte de ruptura, autónomo, auténtico y de acorde a las necesidades expresivas de la época. Esta no es una actitud propia del artista hondureño, sino un compromiso de las corrientes vanguardistas de principio de siglo XX.

Influencia y finalidad del pensamiento estético de Pablo Zelaya Sierra

Gabriel Galeano orcid 0000-0003-0426-1307 [email protected]