Intervino creativamente empapada de las ideas de su tiempo, acompañando el radical movimiento en el que la pintura se apropió de sus propios medios de representación y, más tarde, haciendo uso tempranamente de nuevos medios.

ANA SACERDOTE  (Roma, Italia, 1925 – Buenos Aires, Argentina, 2019)

Variaciones sobre la creación
Intervino creativamente empapada de las ideas de su tiempo, acompañando el radical movimiento en el que la pintura se apropió de sus propios medios de representación y, más tarde, haciendo uso tempranamente de nuevos medios.
Conocí a Ana Sacerdote a través de la mirada de gente muy cercana a ella, sobre todo Paul, su marido. Y es así que, una vez reunido todo el material que me acercó a su vida de mujer-artista, comencé a vislumbrar un retrato (sin ninguna duda subjetivo) desde la confluencia de esos fragmentos. Lo que escuché sobre ella, las imágenes, las lecturas, me llevan a imaginarla, antes que nada, como una mujer libre en sus elecciones. Me han dicho que era retraída y tímida, que le gustaban las relaciones directas, cara a cara, y que no le gustaban las grandes reuniones ni las discusiones políticas. Hay dos fotografías suyas en el cuidado libro-catálogo publicado en 2012, en paralelo con su muestra de pinturas en la galería Jorge Mara-La Ruche en Buenos Aires. Son dos imágenes en blanco y negro. En una de ellas se la ve muy joven en Piriápolis, en la década del cuarenta: la mirada potente, los ojos colmados de mundos por decir, enmarcados por tupidas cejas como viseras para asistir a la eficacia en la observación. Un instrumento musical en las manos parece anticipar futuras inquietudes artísticas. El retrato encarna la latencia de acontecimientos por venir. La otra es una fotografía tomada en Cuba en 1957. Allí se la ve apuntando al paisaje con una cámara filmadora; parada sobre el baúl de un auto detenido al costado de la ruta, parece haber alcanzado el punto de vista más favorable para captar quién sabe qué escena, qué color o qué textura.
Nacida en Roma en 1925, se trasladó a Buenos Aires, junto con su familia, en 1940, antes de que Italia entrara en la Segunda Guerra Mundial. Su formación artística incluye el paso por la Escuela Superior de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y estudios de dibujo con Lino Enea Spilimbergo. Tempranamente, comienza a interesarse por el arte abstracto, e incluso organiza un grupo de estudio independiente.
Luego de su casamiento, en 1957, su vida transcurrirá entre varias ciudades: París, La Habana, Río de Janeiro y São Paulo. Siempre encontró la forma de echar raíces en cada lugar habitado desarrollando proyectos, plantando la bandera del arte. En 1967 retornó definitivamente a Buenos Aires.
En busca de un lenguaje
Ana Sacerdote pensaba en la música como hermana mayor de la pintura. La música pura había formulado su lenguaje con precisión. ¿Por qué no pedirle entonces prestado el sistema? De ese vínculo hablaba Vasili Kandinsky en De lo espiritual en el arte, un libro por el que tuvo gran interés. Tal como refiere José Emilio Burucúa en su ensayo Ana Sacerdote: Un caso argentino de pintura musical, en 1954, existe “una referencia de la artista a la necesidad de definir la noción de ritmo en términos visuales”. En 1955 pinta su primer óleo abstracto: Estudio de equilibrio, que se exhibe en el Primer Salón de Arte No Figurativo.
El tema de la variación fue fundamental para investigar el desarrollo de un sistema: “Un color, como un sonido, puede tener diferentes armonizaciones”, escribió la artista. Para ella, la sonoridad de un color podía variar según estuviera envuelto con un complementario o un análogo. Pensaba que podía jugar entonces con los diferentes acordes de color en una continuidad lógica, buscando definir un discurso plástico. Bajo esta premisa planteó sus intenciones de investigación para presentarse y ganar, en 1956, la beca de pintura ofrecida por el Gobierno francés.
Escritura
Un libro favorito de la artista, al que volvió varias veces, fue La idea fija de Paul Valéry. Un diálogo imaginario entre un médico-pescador-pintor (que no pinta ni pesca) y un paseante sin rumbo fijo que se encuentran a la orilla del mar. En uno de sus pasajes, el paseante explica al médico por qué una idea no puede ser fija: “Una idea es un cambio… e, incluso, el modo más discontinuo de cambio… Una idea es un medio, o una señal de… transformación, que actúa en mayor o menor medida sobre el conjunto del ser”. La producción artística de Ana Sacerdote estuvo íntimamente unida a la proclamación de sus ideas en torno al arte por medio de la escritura. Un instrumento capaz, además, de intensificar la obra expresando apariciones y búsquedas. Alejada temporalmente del Conceptualismo, pero cercana en el sentido de mostrar las ideas, tal vez esa escritura también estuvo en relación con lo que decía Sol LeWitt acerca de la suya: “Escribo en defensa propia… para aclararme a mí mismo lo que estoy haciendo”.
Un año después de pintar Estudio de equilibrio, y como parte del comité de redacción de la revista Arte Nuevo, publica en su primer número el texto Acerca de un hipotético tratado de armonía de la pintura. Allí, hace referencia a la difícil situación de la pintura moderna, los ataques recibidos en el camino hacia la emancipación del objeto. La artista se pregunta: “¿Podrá llegar la pintura a tener un sistema tan codificado como la música?”. Y agregaba: “La música ha descubierto la posibilidad de gigantescos desarrollos sobre pequeñísimos núcleos (una de las sinfonías de Beethoven está construida íntegramente por variaciones sobre un solo tema). ¿Por qué no puede hacer la pintura lo mismo? Hay un sistema de acordes de sonidos: ¿por qué no puede haberlo de colores?”
La imagen en movimiento
En 1959 comienza a trabajar en Essai de couleur animée, una película animada de un poco más de dos minutos de duración, dividida en tres secciones. El trabajo será concluido en 1965 y presentado en el Festival Nacional de Cortometraje que se realizó en paralelo con la 8ª Bienal de São Paulo. Para concretar este film, realiza más de mil pinturas de pequeño formato.
En 1972 publica en la influyente revista Leonardo, editada en Gran Bretaña, un artículo titulado Kinetic art: Animation of color for cinema film, en el que desarrolla y fundamenta este trabajo. Su punto de partida sigue siendo la relación entre música y pintura, su “idea fija”. Pero tal como reconoce el médico al paseante en un pasaje del diálogo de Valéry, “no hay nada más ambulatorio que una idea fija”: llevar el movimiento a la pintura por medio del cine para experimentar el avance de esa relación entre música y pintura.
Ana Sacerdote explica en su texto el punto de partida para sus composiciones; el inicio del trabajo se da en lo que define como “unidades cromáticas o sílabas cromáticas”, compuestas por seis u ocho matices de color que, según su criterio, eran visualmente armoniosos. Preparó “muchas diferentes unidades cromáticas con los matices elegidos de manera libre y a veces arbitraria”, explica. Las tres partes del film llevan por títulos Monocromático, Sugestión de complementario y Ritmo. Pasado el tiempo, en 2011, fue exhibida en Pinta London.
En el final de su exposición escrita enumera las conclusiones del trabajo con cierto tono autocrítico; pareciera querer inducir nuevas variantes y marcar pautas para continuar sus búsquedas.
El cambio continuo, las mismas constantes
Explicaba el paseante de Valéry: “En resumidas cuentas, todo lo que merece la pena en la vida es esencialmente breve… Ese es el punto, la palabra, el nudo. Podemos pensar en esa brevedad esencial… Intensidad, brevedad…”. Lo mínimo, lo breve, se mantuvo como el primer disparador en el trabajo de la artista, esa idea de desarrollar un lenguaje artístico a partir de mínimos núcleos, y eso se mantendrá una vez abandonada la pintura como lenguaje. La inquietud de crear un sistema a partir de pequeñas unidades se desplaza al dibujo por computadora. En un ensayo sobre el tema, “Notas para una programación creativa con graficador”, manifiesta su intención de llegar a los artistas abstractos, particularmente a los de orientación geométrica, “con la certeza de que la posibilidad de prolongación y expansión de su trabajo reposa sobre un uso adecuado de la computadora”. Ana Sacerdote estaba convencida de que los recursos del artista abstracto con orientación geométrica se derivaban, consciente o inconscientemente, de las matemáticas. Otra vez, el trabajo se iniciaba partiendo de elementos simples que se ensamblaban en estructuras de diversa complejidad. En 1979 presenta en la galería Lagard, en Buenos Aires, una serie de dibujos por computadora. En el comienzo del catálogo está expuesto el gráfico que la artista nombra como “unidad básica”. Es el signo generador de toda una serie de dibujos. En su explicación, este dibujo simple, diseñado por medio de un ordenador, es presentado como el punto de expansión de un discurso: “el dibujo más estático y más desprovisto de literatura quiere, justamente, sugerir el significado no geométrico subyacente a todos los trabajos”, es una búsqueda de fisionomías particulares “por medio de variaciones de esa unidad básica muy simple”.
La apertura del espectro
Aunque el trabajo más visible de Ana Sacerdote estuvo centrado en la pintura, su necesidad de crear se diversificó tomando distintos caminos. “Se podría decir que nuestro sistema viviente rechaza la especialización prolongada”, afirmaba el paseante de Valéry. La artista desplegó variados intereses: su afición por la música la llevó a integrar el coro de la Sociedad Hebraica de Buenos Aires. También participó activamente en Gente de Cine, el club de cinéfilos de Buenos Aires. Aunque no se formó específicamente en escultura, creó expresivos bustos-retrato en cemento. La fotografía fue otro lenguaje de interés; le gustaba captar imágenes de la naturaleza, paisajes y plantas. Incluso, expone junto al emblemático Horacio Coppola en el Centro Cultural Borges.
A partir de 1968, Ana Sacerdote abandona la pintura. Ya radicada en Buenos Aires, retoma una disciplina en la que había incursionado en los años cuarenta: el diseño. En esa época se había dedicado a la creación de diseños para corbatas de hombre bajo el nombre Creaciones Pervinq. Una vez instalada en Buenos Aires, comienza a diseñar y fabricar lámparas, y también realiza trabajos de diseño gráfico.
Carmen Santos, traductora de La idea fija, sintetiza lo propio de ese diálogo imaginario, en el que “la(s) idea(s) descubre(n) su(s) dobleces, la inutilidad de amarrar en un puerto seguro, que no existe, y la necesidad de hacerlo”. Esa tensión esencial parece ser la que impregna el recorrido de esta artista. Intervino creativamente empapada de las ideas de su tiempo, acompañando el radical movimiento en el que la pintura se apropió de sus propios medios de representación, y, más tarde, haciendo uso tempranamente de nuevos medios.
Kandinsky, en De lo espiritual en el arte, imaginaba un triángulo agudo como esquema para representar la vida espiritual. Partía de una figura simple para demostrar el complejo devenir del artista visionario. Él se encuentra en el vértice superior, muchas veces incomprendido, persiguiendo su “hambre de pan espiritual”. Ana Sacerdote produjo a la par de aquellos artistas que, desde ese segmento superior del triángulo, tiraban “hacia delante y hacia arriba”, en un tiempo en el que el progreso era un camino posible para el arte.
Por: Viviana Saavedra
Escritora e investigadora de arte contemporáneo. Docente.
NOTA
1. Los datos biográficos y cronología fueron tomados de David Weseley, en el libro-catálogo Ana Sacerdote, editado por la galería Jorge Mara-La Ruche, en Buenos Aires (2012).