Los Coloritmos son la primera tipología repetitiva, en serie, dentro del arte geométrico abstracto en América Latina, anticipando los logros de las series de Hélio Oiticica y Lygia Clark de finales de los años 50.

Hablar de Alejandro Otero es referirse a uno de los más grandes artistas plásticos que tuvo Venezuela durante el siglo XX. Ya sea con sus pinturas, esculturas o vitrales, Otero se convirtió en un creador destacado que logró reinterpretar el uso del espacio y la luz a través de sus numerosas obras.
Alejandro Otero es reconocido unánimemente en Venezuela como el padre de la abstracción. Alcanzó la abstracción pura por medio de una serie de pinturas sintéticas radicales realizadas en París entre 1949 y 1951, conocidas como Líneas coloreadas sobre fondo blanco. Otero es reconocido internacionalmente sobre todo por su serie de composiciones abstractas seriales tituladas Coloritmos, concebidas a principios de los 50, pero a las que volvió recurrentemente durante el resto de su carrera.
«Los Coloritmos», un conjunto de obras del artista venezolano Alejandro Otero creadas en los años 40 y 50, son pinturas rectangulares, verticales u horizontales, que se despliegan en innumerables variaciones de composición seriales. Otero buscó resonancias rítmico-cromáticas en estas obras radicales. Los Coloritmos son la primera tipología repetitiva, en serie, dentro del arte geométrico abstracto en América Latina, anticipando los logros de las series de Hélio Oiticica y Lygia Clark de finales de los años 50.

Reseña

Alejandro Otero nació el 7 de marzo de 1921 en la población de El Manteco, en el estado Bolívar. Hijo de María Luisa Rodríguez y José María Otero Fernández, un cauchero que falleció en 1923 cuando el futuro artista tenía apenas 3 años. En 1930, la familia se traslada a Ciudad Bolívar. En 1938 comenzó a estudiar agricultura en Maracay y un año después el joven se radica en la capital para poder estudiar en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas entre 1939 y 1945. Alejandro Otero inició su formación pictórica en la Escuela de Artes aplicadas de Caracas, bajo la tutela del maestro Monsanto. A partir de 1944, pinta su auto denominada, «etapa escolar», dónde predominaban desnudos y paisajes que recordaban el lenguaje de Cézanne. Por aquella época realiza su primera exposición en el Museo de Bellas Artes, muestra que le haría merecedor de una beca otorgada por el gobierno francés y el Ministerio de Educación de Venezuela. Pasaría el año siguiente nutriéndose con las vanguardias artísticas de París. En la ciudad luz, se vería muy influido por la obra de Picasso, fijación que se reflejaría en una serie de composiciones denominada : «Las Cafeteras»
Esas pinturas marcaron su alejamiento definitivo de la tendencia figurativa. En ellas, Otero descompone los objetos en sus componentes primarios para alcanzar la abstracción. Vanguardia que confundió a los críticos en la Caracas de 1946. Sin dejarse amilanar, regresa a París, dónde se dedicó a estudiar la obra del pintor neerlandés, Piet Mondrain, referente definitivo, de toda su obra.
«Composiciones Ortogonales», en este trabajo el artista reinterpreta el espacio en función del arte constructivista, teniendo como protagonista a la línea sobre la que coloca distintos planos de color. Esto le permite abandonar la bidimensionalidad en sus obras, para adentrarse en el campo de la escultura y la vibración del color.
Alejandro Otero regresaría a su país a mediados de la década de los 50, cuando él y Soto son convocados por el arquitecto Carlos Raúl Villanueva para encarar el proyecto de la Ciudad Universitaria, en un movimiento que se conoció como «síntesis de las artes mayores», tendencia que significó un punto de inflexión entre la expresión plástica y el urbanismo.
“Fue la primera vez, que se establece un diálogo entre la arquitectura y el arte, no solo en la UCV, sino por toda la ciudad».
En 1954 es nombrado profesor de la Escuela de Artes Plásticas de Caracas, institución en la que permanece dos años y donde inicia un proceso de renovación educativa.
Entre 1955 y 1960, realizaría «Los Coloritmos», donde se aferra a un lenguaje constructivo, en el que el color adquiere pleno protagonismo. Representa a Venezuela en la Bienal de Venecia de 1956 y también en la de San Paulo del año siguiente. En 1958 obtiene el Premio Nacional de Pintura. En ese año participa activamente en la reformulación conceptual de la Escuela de Artes Plásticas, reiniciando asi su actividad docente.
El afán de sacar las obras de arte de los museos y ponerlas en contacto con la gente lo llevaría hasta las «esculturas cívicas», monumento de gran tamaño que instaló en plazas públicas de: Maracay, Caracas, Ciudad Bolívar, y fuera de nuestras fronteras en Urbes latinomericanas de México, Bogotá y Milan. Todas ellas imponentes esculturas de aluminio, cuyas superficies reflectantes, configuraban un cegador juego de luces sobre los ojos del espectador.
Como una escultura en el imaginario de las artes, la obra de Alejandro Otero fue alzándose poco a poco, con sus cimientos marcados en tres lenguajes: el figurativo de sus primeros años, la abstracción y el color que le señalaron el norte y sus estructuras titánicas, que la llevan a lo más alto, igual que escaleras al sol.
Tras su muerte ocurrida en Caracas l 13 de agosto de 1990, la Fundación Museo de Arte La Rinconada asumió, por decreto presidencial, el nombre de Fundación Museo de Artes Visuales Alejandro Otero.