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En el concierto del arte contemporáneo peruano, Jorge Eielson (1924-2006) y Emilio Rodríguez-Larraín (1928-2015) han pasado de ocupar lugares claves en un panorama a detentar posiciones francamente fundacionales en una historia. Contemplar el cambio en la fortuna crítica de ambos en el ámbito peruano desde 1979 a la fecha revela una transformación del gusto y un re-centramiento del arte actual en aras de la definición de una contemporaneidad propia, al punto que al día de hoy la escena local de lo contemporáneo no podría imaginarse a sí misma sin la existencia de ambos: son figuras que ostentan procesos y trayectorias deslumbrantes. En el mundo de las consagraciones instantáneas que marcan la actualidad, son dos individualidades creadoras que ejemplifican integridad y entrega, audacia y sabiduría, y de este modo resultan ejemplares entre los ya consagrados y se constituyen en verdaderos faros para los aspirantes.

Revolver Galería ofrece al público un singular diálogo entre obras de ambos creadores en el espacio de su nuevo local en El Olivar de San Isidro. Desde la Bienal de Venecia de 1964, en la que se destinó un área limitada para el montaje de los artistas que conformaban el envío peruano, no se ha dado una presentación conjunta de obras de Eielson y Rodríguez-Larraín, en profusión, dentro de un mismo y acotado espacio expositivo. Ni siquiera en la III Bienal de Trujillo de 1987 estuvieron en esta proximidad.

Sus procesos creadores, bien diferenciados entre sí, se prestan, sin embargo, para evidenciar la riqueza inherente al nacimiento de lo contemporáneo en el Perú. Tanto Eielson como Rodríguez-Larraín se convirtieron en su larga estadía en Europa en peruanos esenciales que decantaron su comprensión de las distintas hebras de un patrimonio estético nacional, en medio de intercambios con lo más radical del arte europeo de su tiempo, a través de su amistad y condición casi de fellow-travellers, o compañeros de ruta, de los artistas europeos inconformistas de su tiempo.

Si la propuesta de juntar obras de ambos resulta audaz es porque busca hacer del señalamiento de sus distancias estéticas el eje principal para construir el reconocimiento de una necesaria coexistencia complementaria, piedra angular de la contemporaneidad artística peruana. Y no se trata de hacer el retrato de un punto de origen binario. Lejos de ello, la muestra celebra lo proteico y contrastante tanto entre dos artistas de sensibilidades de una audacia irreprimible, como dentro de los hoy inverosímiles procesos de creación que cada uno siguió. Tanto Eielson como Rodríguez-Larraín son de la estirpe de los creadores inclasificables que crean obra multiforme e inagotable, podría decirse que siguiendo el comportamiento de la naturaleza.

En la práctica artística de ambos hubo lugar tanto para la creación material y las presencias objetuales, como para planteamientos conceptuales-proyectuales y las presencias efímeras y deleznables. Pero, mientras que es frecuente que el azar, la desmesura y la exactitud geométrica se den cita paradójicamente en la sensibilidad visionaria de Rodríguez-Larraín, en la de Eielson la materialidad y el color se tensan y amalgaman en un cuerpo sexuado y generan un efluvio gozoso que alude, además, a la incertidumbre como principio de la ciencia.

Rodríguez-Larraín y Eielson encontraron una razón de ser en el arte más allá de las convenciones y a través de sus obras se muestran innovadores en las profundidades del espíritu, trabajadores incansables en una renovación cultural que aún está por venir.

Por Jorge Villacorta