Mark Tobey (EUA, 1890 – Suiza, 1976) desarrolla desde 1935 una práctica pictórica que debe mucho a la caligrafía y que denomina white writing (escritura blanca) y califica como “pintura nerviosa”. En ella, una red de trazos enlaza los distintos elementos pintados hasta reestructurar la composición.
Este lenguaje y esta reformulación de la práctica pictórica sitúan a Tobey en un estadio previo a la pintura gestual y all-over (cobertura de superficie) que años después concretan los miembros de la Escuela de Nueva York, en particular Jackson Pollock, Willem de Kooning y Arshile Gorky. Sin embargo, ahí están las diferencias que le separan del expresionismo abstracto norteamericano; al optar por los pequeños formatos y no renunciar a trabajar en el caballete sus pinceladas no traducen el movimiento agitado y convulso del cuerpo, sino el de la mente. “La ejecución y la idea son simultáneas, no simplemente acción. La idea se revela a la vez que el pincel se desplaza por la superficie”, escribe Tobey en 1947 a la galerista Marian Willard.
En 1954, el crítico de arte francés, Michel Tapié, lo considera uno de los máximos representantes del Arte Informal, junto a Wols (Alfred Otto Wolfgang Schulze). La crítica lo relega en los años cincuenta por su independencia y “nomadismo” -según Matthias Bärmann- y su plural espectro de intereses, en ocasiones contradictorios con la nueva identidad nacional.
Poco tiempo después de haber sido galardonado con el gran premio internacional de la Bienal de Venecia de 1958, Tobey trasladó su residencia para siempre a Basilea. En Europa fue aclamado por los seguidores de la abstracción matérica en torno al teórico francés Michel Tapié.
Esta especie de filigrana recorre el plano pictórico en toda su superficie. Este juego de ritmos ópticos… más que construir el cuadro lo escriben.