Luego de treinta años de vivir y trabajar fuera del país –en Africa del Sur, España, EE.UU., México…– y de doce de no realizar muestras, por su hastío con aspectos de la escena artística, regresa Raúl Farco.
Tras doce años de un voluntario retiro de los lugares más mundanos y visibles de la escena del arte, especialmente de las exposiciones individuales –por el hastío con ciertos aspectos del sistema de “convalidación” artística y el manejo discrecional y a la moda de quienes toman esas decisiones–, el escultor Raúl Farco vuelve a exponer su trabajo y elige hacerlo en la Argentina, adonde se estableció luego de treinta años de vivir fuera del país.
Raúl Farco nació en Corrientes en 1953, aprendió escultura con su padre; estudió arquitectura, y aproximadamente entre sus 20 y sus 50 años vivió por el mundo, en continuo movimiento: Africa del Sur, España (Madrid, Lanzarote), EE.UU. (Nueva York, donde instala su estudio en 1978) son los primeros puntos de su itinerario de vida. Pasa algunas temporadas de trabajo en Carrara (Italia). Viaja por España, Italia, Argentina, Francia, Suiza. Exhibe su obra con regularidad por el mundo y comienza a realizar obra pública por encargos gubernamentales. A comienzos de los años ’90 se instala en Madrid, donde produce una serie de obras en plomo. En 1993 vuelve a Nueva York y organiza en Chelsea el jardín internacional de esculturas. En 1995 decide abandonar la escena del arte y sus aspectos mundanos, para recluirse en el trabajo del taller.
En 1998 se muda a México DF, donde desarrolla técnicas para la fundición del bronce y tecnologías en piedra, para aplicación en escultura y arquitectura. Trabaja en un plan gubernamental (en Hidalgo) para la formación de artesanos escultores. En 2004 regresa a Buenos Aires para trabajar en fundición de hierro, aluminio, bronce, piedras y madera. Por ese camino vuelve a exhibir su obra luego de doce años.
Lo que primero advierte el espectador es el dominio de los materiales: hierro, acero inoxidable incrustado; madera (a veces quemada), mármol, aluminio, mármol, ónix, cuero crudo, fibra de vidrio, ramas, corteza, bronce… cada uno con determinadas pátinas que aportan sentido a las obras. Todos los materiales están combinados de un modo sorprendente, contrastante, en el que se juegan los sentidos mismos del material, su autonomía, resistencia, textura visual.
La obra de Farco es la de un artista que elige incluirse en la gran tradición escultórica. Su tema es el humanismo –la vida y el destino humanos–, la relación entre naturaleza y cultura y la reflexión acerca de la violencia y las asechanzas de la vida.
Para el crítico norteamericano David Shapiro –que sigue la obra de este artista desde hace muchos años–, la escultura de Farco evoca, en términos genéricos, a la “víctima” que “reivindicada de todo cliché, debe de estar en el centro de la reflexión”. Según Shapiro, la obra de Farco se opone al actual mainstream de la escultura norteamericana, identificada en la figura de Richard Serra, cuya obra, de escala gigantesca, busca su sentido en el material industrial y en la relación de la escultura con la sensación.
Farco es un artesano en su oficio. El trabajo que él elige realizar sobre la materia es de largo aliento: cada pieza le lleva mucho tiempo y esto se nota en el resultado final.
En cada pieza el tiempo de realización constituye una dimensión muy importante del trabajo.
“La capacidad de Farco de exponer el legado y la inmediatez del dolor –según dice Shapiro– es de un coraje y precisión extraordinarios. Estos cuerpos y cabezas nos recuerdan la comprensión antropológica donde la primera escultura fue el mismo cráneo. El cráneo grabado permaneció para hacernos recordar la sociedad entre la muerte y la supervivencia… Entendemos, entonces, que la máscara es un rompecabezas casi infinito, tanto en las denominadas ‘sociedades primitivas’ como en nuestras aún más ‘salvajes’ líneas de montaje y cárceles. La ‘Doble cabeza’ es un relato folklórico y otro indicador de la comprensión corpórea de Spinoza: ‘No sabemos lo que el cuerpo puede hacer’. Esto puede considerarse como una esperanza y también como una máxima distópica. Se puede quebrar a cualquier hombre, no así evitar el heroísmo del cuerpo. Wittgenstein decía: ‘Tal vez la mejor imagen del alma humana sea el cuerpo humano’. Nos protegemos en la incertidumbre y orgullo de este aforismo.”