FRANCISCO HUNG (Venezuela, 1937-2001)
Cuando nos acercamos por primera vez a la obra de Francisco Hung, observamos la fuerza de la materia. Luego nos damos cuenta que en sus lienzos se cumple la ecuación de Einstein E=mc² -masa es igual a energía, para ser concretos- lo vemos en el movimiento que la materia pictórica adquiere durante su creación, vemos estallidos que se han suspendido en el tiempo y el espacio. Juan Carlos Palenzuela, crítico y curador de arte venezolano definiría l las Materias Flotantes de Hung como un cosmos inspirado por el desarrollo de la era espacial.
Para hablar de la obra de «Paco» Hung debo empezar por decir que su padre era chino y su madre venezolana, que con 12 años llega a Maracaibo con cero dominio del castellano, con paciencia aprende a hablar español, haciendo uso del dibujo como un medio alterno para comunicarse con sus maestros en el colegio. Un par de años más tarde se inscribe en la Escuela de Artes Plásticas Julio Árraga y es la pintura el principal vínculo con sus compañeros. En una etapa inicial, la expresión de Paco está influenciada fuertemente por la caligrafía, una gestualidad que va a mantener a lo largo de su trayectoria aunque con el tiempo va a ir mutando; en principio es quizá una forma de nexo con el origen de todo, de la vida, la familia, la lengua, es posible entenderlo como la naturaleza intima a través de la creación del objeto-escritura.
Por momentos podemos ver figuración y luego perderla, quizá esa despreocupación frente a la etiqueta del ismo marcó la trascendencia de su obra. En sus años de estudiante se pasea por el retrato y el paisaje, toma el pincel como caligrafista frente al lienzo, dibuja trazos libres pero no teme acercarse al puntillismo, por ejemplo, tal es el caso del autorretrato que le hace ganar su primer premio; maneja la solemnidad del blanco y negro presente en la escritura oriental con la misma destreza que consigue al estallar en colores puros primarios y secundarios en sus paisajes. Digo paisajes aunque no siempre veamos la línea del horizonte, no obstante, logra con el manejo del plano la impresión de una escena ocurriendo en la brevedad del tiempo y ubicada en la amplitud del espacio.
En Venezuela gana premios en salones de prestigio para la época como el Salón Municipal del Pintura y luego el Salón D’Empaire. Con el primero consigue una beca para estudiar en París en el año 1958, donde permanece casi tres años para luego regresar a Maracaibo. Hay un continuo retorno a esa ciudad, según cuenta Maite Hung, su esposa, por la influencia de la luz del trópico que en años de investigación y acción no fue posible encontrar en otra geografía. Participa en la Bienal de París con una mención honorífica, en el año 1963, y luego en la Octava Bienal de Sao Paulo, en Venezuela gana el primer premio el Salón Arturo Michelena en el 65 y el 70. Año siguiente viaja y reside en Nueva York, ya casado y con su primer hijo, escenario que le permite conocer otras formas de arte y continuar con su investigación.
A lo largo de más de cuarenta años de pintura, Hung atraviesa de ida y vuelta los convencionalismos del arte nacional, que lo sitúa como un referente contemporáneo para nuestra generación y las que vendrán. Su padre manejaba la exportación de pescado desde Maracaibo hasta Cantón, Paco siempre estuvo en contacto con el lago, ese puerto que lo recibe después que Japón invadió a China durante la Segunda Guerra Mundial. Hay algo de ese lago en sus Materias Flotantes, dirá Víctor Fuenmayor.
Mucho se habla de arte migrante estos días, Venezuela está colmada de ejemplos. Como Paco Hung, está Renzo Vestrini o Gertrude Goldschmitd. Vale el esfuerzo recordar sus obras como registro de las épocas que vivieron, como referentes del mundo que nos legaron, leer en la intimidad del arte la historia universal.
Por Flora Francola