Servando Cabrera Moreno
Es uno de los grandes pintores cubanos de todos los tiempos, que ostenta una de las producciones mas valiosas del acervo artistico de Cuba y cuenta con una de las formaciones más polifacéticas, de ahí la riqueza visual que emana de toda su producción.
BIOGRAFIA
Servando Cabrera Moreno nace en La Habana el 28 de mayo de 1923. Realiza estudios de pintura en la Academia de Bellas Artes “San Alejandro”, donde se gradúa en 1942 con el primer lugar en los exámenes de grado. En 1941 cursó estudios en Filosofía y Letras, Arquitectura y Pedagogía, en la Universidad de La Habana, obteniendo título en la primera de estas carreras; las dos últimas las dejó inconclusas para dedicarse a la pintura.
Su primera muestra personal, Retratos al carbón, se realiza en el Lyceum de La Habana en septiembre de 1943. En los años siguientes expone obras relacionadas a su experiencia académica, en los salones anuales del Círculo de Bellas Artes y en otras instituciones. Por esta época también se vincula al teatro y diseña vestuario y escenografía. En 1946 viaja por los Estados Unidos y toma un curso en el “Art Students´s League” de Nueva York. Allí descubre, entre otros artistas, a Picasso, a quien reconocería como la mayor influencia en su obra.
Viaja a Europa en 1949, donde recorre numerosos museos y asiste a la “Grande Chaumière” de París. Se produce entonces su primera ruptura, con óleos que hace entre 1950 y 1951, en los que una geometrización de referencia cubista lo aproxima a la abstracción. Después, la influencia de Miró y Klee, principalmente, domina su breve pero intensa experiencia abstracta (1951-54), cuyos resultados expone en España y Francia. El rechazo a los mecanismos del mercado del arte, que conoció en su exposición parisina de enero de 1954, provoca un vuelco súbito en su pintura. En España realiza una importante serie de dibujos realistas al carbón, con personajes de pueblo, que continúa ese mismo año en Cuba y culmina en el óleo Los carboneros del Mégano.
De nuevo viaja por Europa a España, Italia, Grecia y visita por primera vez México y América Central. El arte popular, del que se convierte un entusiasta coleccionista, influye poderosamente en la configuración de su nuevo estilo, en el que se integran elementos de la ornamentación arquitectónica colonial y hallazgos de la pintura moderna: Matisse, Léger y el Picasso cubista.
Al triunfo de la Revolución, Cabrera Moreno posee ya una vasta experiencia formal y es dueño de su instrumento de expresión. Los temas revolucionarios entran en su pintura en el propio año 1959, pero su estilo se adecua plenamente a la nueva realidad en 1961. A finales de ese año expone en el Palacio de Bellas Artes obras del primer momento de su gran ciclo de pintura épica, que culmina con la serie de Héroes, jinetes y parejas mostrada en la Galería de La Habana en 1964.
Desde el año 1962 hasta 1965 ejerce como profesor de pintura en la “Escuela Nacional de Arte” de Cubanacán, donde forma numerosas generaciones de artistas. En 1965 viaja de nuevo a Europa y conoce la pintura de Willem de Kooning, quien influiría notablemente en su obra, sobre todo desde el punto de vista técnico. En este momento retoma algunas de las preocupaciones que venían manifestándose aisladamente en su pintura e inicia un período expresionista. Hacia 1970 el expresionismo violento desaparece, y la figuración grotesca cede paso a la estilización de torsos, fragmentos humanos, parejas acopladas, que se inscriben dentro del ciclo de pintura erótica en que trabajara desde entonces.
Dos años después surgen los rostros guerrilleros y poco después comienza la abundante serie de Guajiros, caras jóvenes con sombreros de guano y las cabezas femeninas, un conjunto exhibida en la Galería de La Habana en 1975, como “Habanera Tú”; ella marca el inicio de la serie conocida como Habaneras.
Recibió varias distinciones y premios, entre los que destacan la Primera Mención en el VIII Premio Internacional de Dibujo Joan Miró, en 1969. Exhibió más de 40 muestras personales en Cuba y en el mundo. Participó en más de un centenar de exposiciones colectivas en nuestro país y en el extranjero, y en eventos de gran importancia en el ámbito artístico internacional, como las Bienales de Venecia ´52, México ´58 y ´60, Sao Paulo ´57, ´59, ´60, ´61, y ´63.
Servando Cabrera fallece de un infarto masivo, en su casa el 30 de septiembre de 1981.
Servando sabe que existe mucho de eternidad en esos cuerpos. Para alcanzar tal estatus, no importa cuánto lo quiera la fuerza del espíritu, supongo que se trata de una condición que surge de oblicuidades cuando se existe. Ser oblicuo cuando se dice: esto es la vida. Evitar salmodias para construir el escenario de una placidez hipertrófica que a veces ni se advierte conscientemente. Entonces comienza un proceso de depuración cognitiva de la realidad, en el que la razón no conoce de paraderos sempiternos sino de breves lapsos al servicio del deseo raudo casi prohibido. “Así como la desgracia hace discurrir más, la felicidad quita todo deseo de análisis”, diría Pío Baroja.
En la diacronía artística del artista existe una evidente y paulatina evasión de dicho análisis. El modo en que concibe el cuerpo humano durante su travesía creativa es axiomático de ello. Servando deposita en sus telas de la década del sesenta mucho más que el sentimiento desmedido de la gesta revolucionaria. Tales protagonistas ostentan en su anatomía una plenitud corpórea que detona el lienzo. En esta admiración por la supremacía de la carne como símbolo de fuerza —pero nadie dude de erotismo también en esta etapa— anuncia el descorrimiento de una constante en su trabajo: el eros y su incondicionalidad en los seres felices.
Precisamente en esta búsqueda de lo que más se le parece a la felicidad, el artista emprende un largo proceso de abstracción de la realidad que le circunda. Allí, donde había depositado toda su creatividad como documentación histórica del proceso de gesta, no obtuvo otra cosa sino el ostracismo. Entonces comprende que solo en la abstracción del medio puede encontrar la satisfacción más plena, alejada de la razón y el juicio más ortodoxo. Comienza, de este modo, a retorcerse un mundo de paisajes abstractos, inexistentes probablemente, porque en la conformación de sus personajes no existe otro trasfondo que el de una complacencia incorpórea. Si, en los acoplamientos de Servando Cabrera Moreno el cuerpo no es otra cosa sino la materia más explícita, el paisaje que no dibuja, el que se respira, es la verdadera esencia. Ni siquiera se trata de la delectación ordinaria del trance libidinoso. En sus composiciones, el artista dibuja el éxtasis agasajado de una felicidad conseguida por un acto perpetuo —agregaría eterno— de libertad.
Esa libertad que debiera constituir derecho inherente de sus semejantes, adquiere un matiz casi divino en las líneas que entreteje el artista. Tal pareciera que no hay principio o fin en cada una de las coaliciones, así como el dibujo, nadie podría aventurarse en determinar dónde ha comenzado o dónde ha de terminar todo.
Suspendidos en el tiempo, las obras de Cabrera Moreno eternizan la condición humana de una expatriación ideológica preferida. Si solo existe el cuerpo como bitácora de circunstancialidades trenzadas, nada puede hacerle pesar en la muerte. Tal vez por ello no existen los rostros en las telas de Servando, y solo a modo de caprichosas articulaciones, formas y colores se conforma el alma. Modesto D. Serpa