Basquiat nació en el seno de una familia acomodada en 1960, en el barrio neoyorquino de Brooklin. De madre diseñadora y padre contable, su ascendencia mezclaba dos de las etnias tradicionalmente discriminadas en la sociedad estadounidense: la portorriqueña y la haitiana. Su condición de afroamericano (“negro”, como él mismo decía) influyó en su arte durante toda su breve y brillante carrera.
Tras el divorcio de sus padres el artista en ciernes pasó por varias escuelas, algo que marcó sin duda su infancia. Tras comenzar su educación en una escuela católica, pasó después por hasta cinco colegios públicos hasta bien entrada la adolescencia.
Su relación con el arte empieza a muy temprana edad; con tan solo seis años, su madre le hizo “miembro junior” del Museo de Brooklin. El joven Basquiat ya dibujaba de forma compulsiva desde los tres años, bebiendo la inspiración de su entorno: desde la televisión hasta los cómics, pasando por los coches, taxis y autobuses que recorrían las calles. Toda esta vorágine de la cultura urbana se reflejó en sus cuadros durante toda su vida, en forma de vibrantes líneas, brochazos intensos, figuras recortadas en negro y expresiones faciales llevadas al límite. Por otra parte, el pequeño Jean-Michel fue arrollado por un coche y pasó una temporada en el hospital: durante su convalecencia tuvo como compañero el famoso manual Gray’s Anatomy (1958). La visualización de las ilustraciones biológicas, mecánicas y anatómicas de la época tendrían una poderosa influencia en su pintura posterior.
Con solo quince años Jean-Michel Basquiat consigue entrar en una famosa escuela de arte para niños y adolescentes superdotados que no respondían bien a la enseñanza tradicional: la City-As-School. Su estancia allí no dura mucho: en la graduación de su amigo y compañero Al Díaz (que más tarde será fundamental en su trayectoria artística), Basquiat vierte un cubo de crema de afeitar en la cabeza del director, lo que causa su expulsión fulminante.
Si bien se suele pensar que la obra de Jean-Michel Basquiat tiene su origen en el grafiti que floreció en Nueva York en los años 70-80, lo cierto es que sus trabajos de entonces no eran grafitis propiamente dichos. En 1972 y junto con su amigo y compañero de escuela Al Díaz, ambos intervinieron edificios y muros del Lower Manhattan bajo la firma SAMO, acrónico de Same Old Shit. A diferencia de su coetáneo y también influyente artista Keith Haring, cuyo trabajo no se entendería sin el grafiti, las obras que Basquiat realizó en la época son más bien poesías gráficas con intención de epatar, romper y marcar territorio.
Es en este momento, con SAMO inundando las paredes de las calles de Nueva York y la contracultura cada vez más fascinada por la misteriosa firma, cuando los medios de comunicación y el mundillo artístico de la época empiezan a fijarse en los trabajos de Basquiat. Viendo la repercusión mediática de sus intervenciones, el artista decide ponerles fin con una serie de obras en las que aparecía la inscripción SAMO IS DEAD.
Durante esta época, Basquiat vive en las calles de Nueva York por deseo personal. La necesidad de experimentar, conocer y explorar todo tipo de mundos y submundos siempre estuvo presente en su personalidad de artista y de poeta. Son dos años durante los cuales Basquiat duerme en bancos del parque, consume y vende drogas, pinta camisetas (que vende para comer) y trabaja como DJ en clubs que empiezan a ser frecuentados por la élite de la cultura neoyorquina.
Este sería el comienzo de su mediática carrera artística, encumbrada por a una aristocracia cultural hambrienta de ídolos malditos. Brillante, con talento, negro, rebelde y sensible: Jean-Michel Basquiat lo tenía todo para convertirse en el niño radiante que brillaría durante la década de los ochenta.
Si algo caracteriza a la obra de Jean-Michel Basquiat es, sin duda, su inconformismo. Los primeros años 80, cuando empieza a despuntar, viven el reinado del arte conceptual y del minimalismo estético en todas sus formas. El arte es racional, la abstracción ha alcanzado su máxima cota y el concepto reina por encima de la expresión. Basquiat se enfrenta a la tiranía de la intelectualidad artística establecida, e inspirado (y atraído) por el neo-expresionismo alemán de figuras como Willem de Kooning comienza a realizar sus magnéticos lienzos.
La presencia de la cultura urbana y el trazo del grafiti se mezclan con la tradición figurativa europea: los cuadros de Basquiat son gritos de guerra, poesía y plástica, acertadamente mezclados en el alambique de la contracultura.
En 1982 se tiene lugar su primera exposición en solitario, en la galería Annina Nosei del SoHo neoyorquino. Es el comienzo de una serie de muestras individuales y colectivas que juntan su obra con la de otros artistas fundamentales de la época, como David Salle o Julian Schnabel. Una año antes, Rene Ricard había publicado en la prestigiosa revista Artforum el artículo que haría despegar definitivamente a Basquiat, convirtiéndole en el objeto de deseo de la aristocracia del arte de los 80: “The Radiant Child”.
En 1982, Basquiat protagoniza seis exposiciones en solitario y participa en la exclusiva Documenta de Kassel de ese año. Durante esta época, sus lienzos suelen mostrar una figura tan inquietante como todo el imaginario del artista: un “rey negro”, figura coronada que parece representar la potencia de la cultura afroamericana en un oscuro y violento presente. En estos años realiza más de doscientos lienzos con retratos (más psicológicos que formalmente auténticos) de personajes influyentes pertenecientes a esta cultura: desde Muhammad Ali a Dizzy Gillespie. Sus obras empiezan a ser muy cotizadas, mientras que su presencia es demandada en los más exclusivos eventos de la época. Desde principios de los años 80 Basquiat mantiene una estrecha relación con Andy Warhol que influye poderosamente en el trabajo de ambos. Warhol declaró que gracias a él volvió a pintar con pinceles, mientras que el trabajo de Basquiat adoptó parte de la cultura del consumo masivo característica de la obra de Warhol.
La intensidad con la que Jean-Michel Basquiat creaba tenía un exacto reflejo en su vida. Aficionado a las drogas y la vida nocturna desde su adolescencia, aumentó progresivamente su consumo hasta desarrollar una fuerte adicción por la heroína y la cocaína que provocó su temprana muerte en 1988, a la edad “maldita” de 27 años. Una muerte que truncó una trayectoria artística de enorme intensidad, polémica y poderosa, cuya influencia en el arte posterior se mantiene plenamente vigente en el siglo XXI.
por Marta Sánchez Galindez