JACOBO BORGES (Venezuela, 1931)
Cuando Jacobo Borges reflexiona sobre el tiempo, regresa a las tardes de infancia en las que contemplaba el impacto de la luz sobre El Ávila. Sentado en un muro de ladrillos a medio construir, en una Catia que, para entonces, reinaba en su verdor y en el vuelo de los “caballitos del diablo” sobre las lagunas, este niño que ya se creía pintor decidió que la vida corría a velocidades diversas. “Uno tiene en frente una cosa enorme, que está viva, pero en la que lo único que cambia es el color, que se transforma mejor que una película pero a un ritmo distinto al nuestro. Donde yo vivía, apenas había tres ranchos y una vaquera, pero con los años se volvió una calle, la ciudad creció. Uno también va creciendo siempre, pero El Ávila sigue siendo el mismo Ávila”.
Mientras narra esta escena, el artista visual caraqueño de 84 años se detiene frente a una de las obras que integran la muestra retrospectiva de tres décadas de creación que será inaugurada hoy, con su nombre, en la Galería Freites, de Las Mercedes. Parado allí, con su cabello blanco y rizado aflorando de la boina gris, este Premio Nacional de Dibujo (1961) y de Pintura (1963) contempla ahora, con seriedad, su propia creación. “Este cuadro se llama Camerata (1986) porque es uno de los que hice como serie cuando la Camerata hacía sus ensayos en mi casa. Mira las manos de los músicos, mira los instrumentos. Todos se están moviendo en tiempos diferentes”. Entonces, acerca sus dedos morenos a las líneas borrosas de formas que se multiplican hacia varias direcciones.
-¿Por qué usar la pintura para retener el tiempo?
-Las formas de fijar el instante de un poeta, un escritor o un músico son diferentes a la de un artista plástico porque en este caso cada cosa intangible queda concreta en un objeto, mientras que la palabra de un poeta no se agarra. Tú pegas un grito y desaparece, pero El grito de Munch está ahí, lo puedes hasta quemar, mientras que las palabras no pueden quemarse. En mi caso, responde a una necesidad casi física de fijar una emoción, un instante, un concepto… de convertirlo en algo tangible.
-¿Los transmuta para aproximarse mejor a ellos?
-Esto me llevaría a tener que decidir si el arte es útil o no, y esa pregunta nunca ha estado en mí. El arte me ha dominado desde los 4 años, y ha sido mi única herramienta. Hay gente que está segura de lo que hace, que se ha encontrado y sabe qué es lo que tiene que decir. Pero yo no, yo no tengo esa seguridad, yo estoy abierto todo el tiempo y por eso me he paseado por temas y técnicas, como se ve en esta exposición.
-Nunca he sido el mejor en nada y creo que ha sido con el tiempo que he aprendido a ser pintor, a sentir “la cosa misma” en la mano, en la cabeza… Para mí ha sido un aprendizaje volverme un artista plástico.
-A pesar de esto, le aseguró a Sofía Ímber que usted era pintor desde que empezó a ver…
-Y así es. La primera vez que yo vi a un niño con lápices de colores quedé impresionado. Lo que él tenía era el dibujo de un barquito con una línea verde, una roja, una violeta… y yo sentí necesidad de pedírselo, pero él me dijo que no, que después yo iba a decir que era mío (risas).
-¿El artista debe siempre procurar el desarrollo de un discurso plástico que genere ruptura?
-La pintura siempre ha sido pintura. La diferencia es la manera de decir las cosas. Cuando uno ve un Goya o un Leonardo (Da Vinci), son diferentes. Un artista sueña con crear elementos que indiquen una identidad y puede que nunca la consiga, o que no lo sepa. Hay una cosa que cada vez veo más en mi trabajo: que es la línea lo que me interesa. Te hablo plásticamente, del espacio. Tú vez cualquiera de los cuadros y siempre está la línea. Es algo que también veo en (Pablo) Picasso: todo es primero línea y luego el color o la forma; y de esa línea, si uno la amplía, vienen formas que no he inventado pero que las descubro con el proceso de destrucción.
-¿’Por qué apuesta a la destrucción para crear?
-Porque soy como un arqueólogo. Trabajo por capas. Pongo varias, veo lo que hay detrás y lo borro, y así voy bajando hasta el principio. Cuando me enfrento a un lienzo en blanco, lleno todo y ahí empiezo a registrar y va apareciendo la obra en ese proceso. Con el tema digital ha sido distinto porque puedo conservar las capas, puedo volver atrás. En El mar desde la ventana (2016) había edificios y yo los corté. Parecen edificios, pero los destruí. El personaje es el mar y estas cosas sólo se van a arreglando por el mar
– Uno de los elementos que caracteriza a su obra de los últimos 30 años, agrupada para esta exposición, es la recurrente representación del agua. ¿Por qué pintarla con tanta frecuencia?
-Por mi relación con ella. Mi relación con el agua ha sido muy traumática. Yo prácticamente conocí la muerte en el mar ahogándome a los 10 años. Y después me he ahogado hasta en una bañera, una vez que tenía un yeso y me caí en la ducha, y el drenaje estaba cerrado. Yo gritaba y no podía levantarme, hasta que abrieron la puerta horas después.
-¿Entonces, el agua es un símbolo de muerte?
-Es muerte, sí. Pero además todos nosotros nacimos del vientre de la madre, y ahí hay agua, así que también es vida. ¿Tú has ido al mar? Ir al mar produce una sensación muy extraña, es un regreso al vientre de la madre, aunque no se racionalice cuando pasa, como tantas otras cosas.
-Sus obras, sobre todo en sus inicios, parecen cargadas de crítica social ¿El arte es rebeldía por naturaleza?
-Mi trabajo funciona en los terrenos de la ficción, sin la intención de dar consejos morales. En esos casos no he retratado nada exacto sino el horror de la violencia o, más bien, la violencia misma. Hay un cuadro en el Museo de Arte Contemporáneo que es La muerte de un humilde ciudadano, que retrata una muerte que es la mía, y hay un tiro que le pegan al hombre. Eso salió del momento terrible de mi juventud con amigos que fueron asesinados, pero está tratado desde la intención misma de concretar esa emoción. Lo ves y puedes sentir horror por la humanidad, pero nunca una cosa partidista o panfletaria.
-Como ciudadano sí he tomado acciones ligadas a la política, pero luego sentí que yo era más útil ayudando de una manera concreta a la gente. Fue entonces cuando inicié mis trabajos con las comunidades de Catia, con los presos, ¡con la gente directamente!
-Justo así se desarrollaron las labores del Museo Jacobo Borges. ¿Cómo encuentra hoy a esta institución que ha vivido tantos embates?
-Cuando lo creó Adriana Meneses, teníamos la idea de hacer un museo en el que se reconociera a cada individuo, a la comunidad y se ofreciera capacitación. Era una visión antropológica del museo, y así se hicieron varias buenas exposiciones y trabajos (…). Eso cambió con la idea centralizadora, absurda, de que todos los museos debían depender de un centro (la Fundación Museos Nacionales). Entonces, no se reconoció su identidad, ni que un museo como este dependía de su vínculo con la gente. Yo estuve en desacuerdo con eso, y hasta le pedí al Ministro que le quitara mi nombre. En las condiciones de hoy no tengo ningún interés, porque no se parece a lo que yo soy.
-¿Necesita Catia un nuevo espacio para vincularse con el arte?
-Cuando se empezó el museo, los vecinos me preguntaban si sería una cosa elitesca, y yo les decía que no sabía si eso era elitesco, pero que yo creía (y creo) que Catia merece un museo donde se expongan las mejores obras de la humanidad, que no debemos conformarnos con menos. El problema de la cultura hoy son las acciones de quienes pretenden construirla sin ver que es parte de la vida misma, que no depende de una transformación ideológica pensada desde un escritorio.
-En una ocasión declaró que “lo único que puede transformar la sociedad es la cultura”. ¿Dónde reside el poder transformador del arte?
-En la belleza. Si la sociedad, como conjunto, tuviera un sentido de la belleza, todo sería diferente. Si la gente que está en el poder tuviera algún interés por la belleza, conocería la diferencia entre ésta y el horror y dejaría de preocuparse tanto por su poder mal ejercido.
María Gabriela Fernández B / @mariagfernandez
Texto publicado el 21 de febrero de 2016 en El Universal
(Foto: Nicola Rocco)