Horacio Carrena

Sin duda, Horacio Carrena ha elegido el camino más difícil para su pintura. Rehuye de toda referencia figurativa –un anclaje insoslayable para muchos artistas- deja de lado la comunicatividad del expresionismo, y la posibilidad de seducir al contemplador creando climas de percepción sensible con mínimas acotaciones formales para dar lugar a su protagonismo. Estas opciones que dan fisonomía al arte de hoy desde perspectivas diversas no han traído a este artista (nacido en 1955) que ha preferido desarrollar una imagen propia, dispuesto a asumir con ella los riesgos consecuentes. La problemática principal en la obra de Horacio Carrena es el signo. Desde sus comienzo pictóricos adhirió a una abstracción geométrica, que lo definió por el rigor compositivo. Dejaba así en evidencia una voluntad de organizar la visión mediante un espacio estructurado según un criterio lógico y racional. Hacia fines de los años ’80 y comienzos de los ’90 este artista realizo una serie de paisajes imaginarios en los que la materia, generosamente utilizada en texturas densas y cargadas, se asociaba a un cromatismo vigoroso, audazmente expresivo. Mantenía en esas obras el sentido estructural de sus composiciones anteriores. Carrena volvió luego a las tramas cerradas, laberínticas, en las que emergían, a veces, algunos signos. Sin embargo, poco a poco, se fue liberando de esa necesidad organizativa para adquirir una mayor libertad. Es así como aparece ahora en su pintura signos liberados de toda sujeción compositiva para ser ellos los creadores de la estructura, modelando y creando espacios. Es protagonismo del signo se desarrolla, sin embargo, desde situaciones diferentes, a través de otras tantas soluciones plásticas. Los signos de Carrena no se corresponden con ningún sistema comunicativo existente. Hay que recordar que esta en la naturaleza de los signos su función comunicativa, vinculante y asociativa. Son indicadores de realidad de diversas, apelan a las convenciones establecidas, sintetizan conceptos, establecen relaciones convocantes. Los signos que utiliza Carrena en su pintura son de su propia invención; no significan nada en particular. Hay en ellos una indeterminación formal. Actúan como si se tratara de lenguajes remotos e incomprensibles, pertenecientes, tal vez, a un pasado arcaico. Además, no parecen pertenecer a una convención lingüística preestablecida… No tienen una finalidad determinada. Son, de algún modo, auto referenciales. La organización racional ha quedado atrás y la imagen aparece con libertad, sin quedar atada aun orden determinado. Así como las formas sígnicas son cambiantes y no responden a ninguna organización que las sustente, el color actúa también, con independencia del planteo formal. En la escritura pictórica de Carrena hay una evidente indiscriminación y un fragmentarismo que no son casuales. Esto corresponde a una visión posmoderna, en la que la realidad aparece segmentada y multiplicada en fragmentos. No hay discursos hegemónicos ni que prevalezcan unos sobre otros, y aun parece que no se vinculan entre si. Esta manera de vivir la realidad –que todos compartimos, principalmente por efecto de los mass-media la pone de manifiesto Carrena en su pintura. Sus signos están mas allá de cualquier codificación ya que la rompen como posibilidad. Son fragmentos dispersos q no llegan a establecer un nuevo orden significativo. Si tienen una significación, será la que nosotros queramos darle. En su desafío creativo, Carrena traduce en términos plásticos esa situación desconcertante de nuestra vida actual. Lo hace sin recurrir a otra retórica que no sea la de un medio comunicativo visual, capas al mismo tiempo, de reproducir metafóricamente al mundo y de crear una nueva dimensión de él.

Fermín Ferré – Crítico de arte